en las redes industriales y culturales
globales.
Contra la bunkerización del marco de análisis.
A favor de otra in(ter)dependencia.
A favor de otra in(ter)dependencia.
Miquel Porta Serra
Extractos
– Ni las propuestas
del PP ni las de CiU y ERC abordan el actual papel marginal de Cataluña y el
resto de España en las redes industriales y culturales globales.
– Debemos analizar con
más lucidez el papel económico y cultural que Cataluña y el resto de España
tenemos en el mundo, y aplicar políticas eficientes para que esa influencia
aumente.
– Casi todos los
elementos del debate sobre Cataluña son endógenos, sin analizar realmente el contexto
mundial. Avanzar en la solución del problema de Cataluña y del resto de España
exige mejorar nuestro análisis sobre quiénes somos en el mundo y por qué.
– La “solución”
independentista es falsa, pero algunas de las razones de proponerla son
verdaderas: necesitamos un Estado más democrático, justo, socialmente eficiente
e integrado en el mundo.
– El problema más
grave es el encaje de Cataluña y del resto de España en el mundo.
– Casi todo el debate
sobre Cataluña y España es endógeno y endogámico.
– Tenemos que quedar
con los del búnker: para mirar las galaxias y estremecernos juntos.
– Hay búnkeres
jalonando todo el espacio geográfico, político y cultural español.
– Lo peor del búnker
catalán es su negacionismo de la realidad interior y exterior.
− A Cataluña no le
puede ir mejor “fuera” de España porque no existe tal lugar.
– Fuera de todo
búnker, muchos vivimos la globalización tranquilamente. Al menos a ratos.
El reto más difícil no es el encaje de Cataluña en España, es el papel de
Cataluña y del resto de España en el mundo. El gravísimo error es negar la
deriva en la que Cataluña y el resto de España estamos hacia una mayor proletarización
e irrelevancia en el mundo. Esta cuestión es negada por amplios sectores de PP
y CiU - ERC. También por los sectores más bunkerizados del resto de partidos y
de nuestra sociedad.
Con lo que hay que soñar no es con una imposible y absurda independencia
sino con ser alguien ‑‑una ciudadanía, un país más justo y libre– en un mundo
irremediable y fantásticamente −a veces, trágicamente− interdependiente. Muchos
creemos que la opción independentista distrae, engaña, divide y derrocha
(cuánta energía perdida). Pero surge de causas reales, que nadie aborda. Los
independentistas, tampoco. ¡Tampoco! Sustituyen ese abordaje, que sería
doloroso y terapéutico, por culpar a “Madrid” y a “España”. Sin autocrítica. En
la práctica esa postura equivale a llamarnos a entrar en un búnker. Ni lo
sueñen.
Miquel Porta Serra es médico y
epidemiólogo, investigador del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), catedrático de Salud
Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona,
catedrático adjunto de Epidemiología en la Gillings School of Global Public
Health de la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill, EEUU). Asimismo ha
sido profesor en otras instituciones norteamericanas y europeas (como Harvard e
Imperial College London), y en diversas universidades de Kuwait, Brasil y Méjico.
Además de haber publicado más de 400 trabajos científicos en revistas
internacionales, colabora regularmente en medios de comunicación social como El
País, Claves de Razón Práctica o Cultura/s.
Algunas de las ideas aquí desarrolladas fueron
esbozadas en un artículo breve que publicó InfoLibre
el 24 de marzo de 2014. http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/21/cataluna_resto_espana_las_redes_industriales_culturales_globales_14848_1023.html.
La versión completa de dicho artículo la publicó el mismo día en su portal la organización Federalistes d’Esquerra. http://federalistesdesquerres.org/2014/04/catalunya-i-la-resta-despanya-a-les-xarxes-industrials-i-culturals-globals-per-miquel-porta-serra-infolibre-23-3-14/
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La versión completa de dicho artículo la publicó el mismo día en su portal la organización Federalistes d’Esquerra. http://federalistesdesquerres.org/2014/04/catalunya-i-la-resta-despanya-a-les-xarxes-industrials-i-culturals-globals-per-miquel-porta-serra-infolibre-23-3-14/
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Juguemos dos minutos con esta idea: no denostamos
lo suficiente al búnker, esos grupos petrificados, escleróticos, reaccionarios y
amargados por su irrelevancia en las redes industriales y culturales globales. Las principales claves para valorar el posible
interés e implicaciones de la idea son cinco: primera, saber en qué medida la
expresión “redes industriales y culturales globales” sintetiza una gran parte de la realidad que
importa o si, por el contrario, excluye demasiados agentes y procesos relevantes.
Segunda, pensar en qué medida estamos informados, vivimos por cuenta propia y
somos conscientes de la magnitud y los mecanismos de la influencia que hoy en
el mundo tienen las redes industriales y culturales globales. Tercera, saber
quiénes son y cómo actúan esos búnkeres anacrónicos y arcaicos. Parecen tan
lejanos. Son, a la vez, tan cercanos. Por cierto ¿ha pensado usted que me
refería sólo a España? Quizá el búnker tenga para usted −como creo que para mí,
no estoy seguro− connotaciones exclusivamente celtibéricas (por referir a semanarios
como “La Cordorniz”, “Hermano Lobo” o “Triunfo”, por ejemplo). ¿También ha excluido
a su entorno o a sí mismo de pertenecer a esos grupos marginales? Pero hombre ¡si
ya nadie habla del búnker! Por tanto −cuarta clave−, hay que ver si realmente
es una buena idea recuperar ese concepto o metáfora. Y quinta: podemos pensar
si atacar a enemigos más o menos reales es la actitud correcta (ética,
psicológica y culturalmente) o más eficiente (social y políticamente).
Imágenes y experiencias de las redes industriales y culturales globales
El posible atractivo de la expresión “redes industriales y
culturales globales” reside en
buena medida en que a muchos españoles nos dice algo: evoca sistemas, sectores,
organizaciones, empresas, servicios, ideas, poderes, tramas, mallas, influencias,
imágenes, significados y, en fin, realidades concretas –muy personales y muy colectivas–
en toda la aldea; o sea, el planeta. También puede suscitar complicidad y alguna
sonrisa, y a veces un peculiar sentido de nimiedad, perplejidad o ansiedad...
¿A quién o qué le ha traído a la mente a usted la expresión? ¿A Volkswagen o Toyota, Nestlé o Condé Nast, Random House
o HarperCollins, Almirall o Grifols, Novartis, Novo Nordisk, Genentech, Roche,
Apple, Google, Facebook, Telefónica o ArcelorMittal Asturias? ¿el Banco
Mundial, HSBC, BlackRock, Bridgewater, Bloomberg, Ray Dalio, Carlos Slim, Bill
Gates o Ingvar Kamprad, la Fundación Stichting Ingka, el Wellcome Trust, las
gestoras de fondos de inversión del planeta (ninguna española entre las más relevantes)?
¿Médicos sin Fronteras, 350.org, la ONU, la FDA, IBFAN, HEAL, TNI, la Agencia
de Seguridad Nacional (NSA), Davos, la “burbuja punto com”, el índice Nasdaq
100 o el Standard & Poor's 500? ¿satélites, drones, tsunamis, el cambio
climático, Esperanza Spalding, Madonna, Wert, el programa Erasmus o el programa
Fulbright? ¿la suite educativa H20 o la edX, PLoS o PubMed, el Instituto
Cervantes, los Guggenheim o el PS1 del MoMA, la Filarmónica de Berlín, Shazam, Creative
Commons, la Wikipedia, la Colaboración Cochrane, una streaming app o el high
frequency trading (la contratación automatizada de miles de operaciones
bursátiles en décimas de segundo)? ¿Ha sido Netflix, los Oscar, la última de Di
Caprio o Penélope Cruz, “Inside job” o “Lo imposible”, Rafael Moneo, Ferran
Adrià o Jaume Plensa, Anish Kapoor o Cristina Iglesias, el anterior de Arturo
Pérez Reverte o Ken Follett, Lonely Planet, Al Jazeera, 21st Century Fox, The Guardian, Wired, ¡Hola! o Marca, Prisa, Planeta o Repsol, los
Rioja, la Roja, la FIFA? ¿Messi, Iniesta, Xavi, Guardiola? (pelín de sesgo ahí,
sí) ¿el AVE, Boeing, Airbus, Finmeccanica, Lockheed Martin? ¿Dilma Rousseff, Aminata
Touré, Oprah Winfrey, Moxie Marlinspike, Christine Lagarde, José Mugica, Craig Venter,
Cécile Kyenge, Eduardo Galeano, Vargas Llosa, Krugman, Eco, Singer, Murdoch, Bezos...
el Factor G o el Índice H? ¿la Lista de los 100 Principales Pensadores Globales
de Foreign Policy (¡ninguno español
ni, por ende, catalán!) o algún ranking de las 100 mejores universidades del
mundo (otro tanto)? ¿Amazon, FNAC o La Central? ¿McDonalds, Starbucks, un
sashimi o un changurro, la dieta mediterránea? ¿o acaso le ha venido a
la mente su última estancia de trabajo en Oporto, las vacaciones en Chile o aquellos
vecinos de Cambridge?
Otro posible atractivo de la expresión “redes industriales y culturales
globales” es que sugiere causas y facetas del problema, y consecuencias, y
soluciones, que ciertos indicadores económicos (exportaciones, porcentaje del
PIB mundial...) no sugieren. Naturalmente, unos y otra son complementarios. La
expresión solo vale para lo que usted decida de aquí al final del artículo.
Naturalmente: a veces las redes industriales son redes culturales y
viceversa. Las empresas sistémicas que venden contenidos, productos electrónicos y tecnologías audiovisuales son
el ejemplo más sencillo.
La expresión “redes industriales y culturales globales” quiere iluminar,
como el haz de un faro, un vasto mar –un paisaje algo más amplio que las
piedrecitas que habitualmente alumbran las pálidas linternas de ciertos
políticos y periodistas locales. Pero puede que la expresión excluya conceptos,
estructuras, agentes, organizaciones y nodos de poder –económico, cultural,
político– global; es decir, mundial y sistémico. Y no todo lo que influye sobre
nuestras cotas de equidad, libertad, educación, bienestar y calidad democrática
y ambiental son, estrictamente, flujos, redes o circuitos. De momento, como
decíamos, la expresión nos vale hasta el final del artículo.
Por cierto, esas cotas de calidad las reclaman retóricamente para Cataluña los
dirigentes independentistas de CiU - ERC como si toda la responsabilidad de lo
que le ocurre a la sociedad catalana fuese culpa exclusiva de “España”, sin analizar
realmente la responsabilidad que tiene la propia sociedad catalana, y sin ninguna
referencia coherente al contexto mundial sistémico en el que Cataluña y el
resto de España están inextricablemente sumergidas y conectadas por millones de
“cables”, como todo hijo de vecino de la aldea global. Artur Mas, Oriol Junqueras
y tantos otros hacen como que ignoran que en el mundo hoy apenas existen
fronteras nacionales o estatales, solo redes, poco más que redes con sus
implacables agentes, nodos y flujos de poder. Y azar. Cuando menos tales fronteras
no existen para los procesos económicos y culturales que más influyen en esas
cotas de bienestar. ¡Llevamos décadas hablando del declive del estado-nación! El
estado-nación ya estaba muy pero que muy débil cuando hace años osamos
reconocernos que estaba en crisis. Aunque su influencia no es irrelevante ¿qué
pinta realmente hoy en nuestras vidas el estado-nación en comparación con las
influencias del resto del mundo? La verdad, creo que la mayoría de nosotros no
tenemos mucha idea. Cuando menos ese es mi caso. Mi impresión es que en el día
a día exageramos mucho la influencia de las instituciones políticas locales
(ciudad, Comunidad Autónoma, gobierno central) e internacionales. Pero cuidado
con la tentación conspiranoica.
De hecho, creo que una de las tareas más apasionantes a las que deberíamos
dedicarnos es a mejorar nuestros análisis, percepciones y experiencias de lo
fuertes, profundas, intensas, atractivas, horribles, tupidas y vastas que son
las corrientes globales y lo débiles, nimias, intrascendentes, monas,
pequeñicas y entrañables que son las ficticias fronteras nacionales y estatales
(incluya por ahí si se atreve a su adorada Comunidad Autónoma). Igual un día de
estos empezamos a tener la osadía de darnos la mano para mirar qué manos mecen
la cuna del mundo. ¿Esos fondos de pensiones que triplican nuestro PIB, esas empresas
en los paraísos fiscales, los emporios de relaciones públicas de las empresas
globales, el Nasdaq, Qatar o Dubái, Allianz, Axa, UBS, Goldman Sachs, Ashoka, los
cacharrillos de Sony o Nintendo, George Clooney, Silvio Santos, Michael Winner,
el branding o el benchmarking? ¿esos nombres y siglas que a modesto título
ilustrativo mencionaba al principio? Lo que parece es que ninguna de esas manos
enarbola una bandera. Desde luego no la bandera de un país, nación o estado. A
lo sumo, una insignia en la solapa: un logo. ¿”No logo”?
No es cierto: muchos agentes y nodos, procesos y redes globales, sistémicos,
virtuales, etéreos y demás zarandajas sí tienen patria y bandera; algunos son
de un nacionalismo desarbolado, desacomplejado, beligerante, catastrófico. La
industria bélica, sin ir más lejos. No todos, pero sí algunos. A ver si nos
aclaramos. Algunos pagan impuestos en su mismísimo pueblo (Washington, un
decir, Hamburgo, Sao Paulo...), otros en el limbo de las Islas Vírgenes
Británicas (lugar real, aunque el nombre suene a cachondeo). Pues habrá que
aclararse: toda mejora del problema de España pasa en parte por mejorar nuestro
análisis sobre quién mueve el mundo. Sin paranoias, sin complejos, sin
prejuicios. Por fin ha salido: “el problema de España.”
Cierto es que los independentistas catalanes no están solos en esa retórica
negacionista del mundo sistémico: utilizan las mismas ficciones miles de
políticos democráticos en todo el mundo, desde la Moncloa hasta la Casa Blanca
pasando por las sedes de casi todos los ejecutivos y parlamentos del mundo. Los
catalanes, demás españoles y demás europeos no somos en absoluto los únicos a
quienes cuesta un mundo aceptar... eso, el mundo.
¿Cómo vivimos, qué tal llevamos el mundo? ¿Qué tal aceptamos que sea uno
más que nunca? Más tupido, híbrido, in(ter)dependiente, pequeño y colosal, parecido
y múltiple, lejano e íntimo, raro e incierto –sobre todo incierto– que nunca en
nuestras cortas vidas... ¿Siempre mal, cual cilicio postmoderno, de esa manera al
parecer tan española, pero ya digo, en realidad universal? No sé hasta qué
punto muchos españoles lo vivimos algo miopes o sordos, acobardados, afligidos,
dolientes e indolentes, acomplejados o arrogantes, pusilánimes y patéticamente
chulos, cual esos personajes halitósicos de boina y cachava de películas y
chistes... Preferimos pensar que solo lo llevan así quienes se pudren en sus cavernas
de águilas y residuos imperiales, los cerriles machos del búnker. Pero es
lógico que muchos nos sintamos incómodos e irritados e indignados en el mundo actual; no por nuestra aparente nimiedad
sistémica, sino, primero, porque tenemos −sí, tenemos− plena conciencia de que
el mundo es hoy más global, sistémico y desregulado que nunca; y segundo,
porque nos sublevan las injusticias causadas por tanto privilegio, necedad y
expolio. Esa indignación la vivimos fuera de todo búnker.
A pesar de los pesares, lo cierto es que hay miles de españoles por aquí y allende,
lejos de todo búnker (muchos no saben ni lo qué significa esa palabra),
viviendo con naturalidad lo bueno y lo malo de lo local y de lo global: la
desolación del parque industrial, un gavilán en un risco, una encina en la
dehesa, una película al aire libre en versión original, un buen trabajo en Saskatchewan,
un mal trabajo en Fiat, una novia en Beirut, Verkami, Hugo Pratt, Alex Ross,
Bob Dylan, Robe Iniesta, Poveda, Barceló, Gamoneda. Disfrutando y sufriendo trabajando,
gozando luchando, saboreando este incierto e increíble mundo excitante, repleto
de maravillas, aventuras, generosidad y pasión. Y crueldad. Siria o Sudán están
solo a unas pocas horas de vuelo. Otros horrores, a pocos metros. Toda mejora
del problema de Cataluña y del resto de España pasa en parte por mejorar
nuestra percepción y experiencia −personal y colectiva− sobre quién mueve el
mundo, y sobre cómo se convive, lucha, trabaja y disfruta hoy en el resto del mundo.
Mientras que para muchos españoles esta percepción es una experiencia
cotidiana, otros no tienen ni idea.
Una de las características que definen al búnker
Me pregunto quién considera verídica o cuando menos plausible esta tesis,
aserto o definición: sólo el búnker vive el trabajo como un castigo divino. O
quizá mejor: está en un búnker quien vive el trabajo como una ofensa insufrible.
Si esa vivencia es uno de los rasgos que definen al búnker, hay mucho más
búnker del que parece. Me refiero a esa atávica, medular, pétrea querencia, creencia
y vivencia española (¿solo española?): trabajar es una ofensa personal, un
castigo insufrible, una violación pública. Y de ahí el miedo cerval a que se valore
el resultado del trabajo, a que se incentive y premie a quien mejor trabaja, a
que te guste el trabajo bien hecho. Con tal cosmogonía y cosmovisión, cómo no
ser unos andrajos en el mundo de hoy.
Recuerdo la resistencia feroz de algunos profesores de nuestras universidades
a los intentos de aumentar el nivel de las tesinas y tesis doctorales, a
valorar la colaboración científica, a internacionalizar docencia e
investigación, a ayudar a los más jóvenes a estudiat y trabajar “fuera”, a
exigirnos más. Mejorar era gratis o casi gratis, estrictamente hablando, tras
inversiones muy considerables en infraestructuras universitarias, sueldos y otros
beneficios. No es que ellos –sí, los del búnker, buena gente, uno a uno– fuesen
catastróficos o zoquetes, no es que estuviesen muertos de miedo ante su
incompetencia en ciertas tareas o su inexperiencia fuera de España; es que prácticamente
ninguna autoridad ejercía, y casi nadie osaba interpelar al poder caciquil,
ruin y mezquino de cuadras y parroquias; ni había pues control
gremial, y tampoco los estudiantes o la población general protestaron mucho
cuando el nivel académico siguió siendo deplorable. Deplorable en relación a
los cuantiosos recursos invertidos, deplorable en relación al esfuerzo cultural
que el momento histórico mundial requería, deplorable en relación a lo que ya
estaba mejorando el nivel en centenares de otras universidades tanto de países
postindustriales como de países emergentes.
Esos profesores tan majos y modernos para según qué –uno a uno, buena
gente– tenían y tienen uno de los mejores oficios del mundo, con una libertad,
una capacidad para aprender y crear, una responsabilidad, un prestigio social y
un sueldo muy considerables. Sin embargo, inexplicablemente (a no ser que
recurramos a esa taparrabos, la Historia), consideraban normal, aceptable,
ético y lógico exigir para sí un estado del bienestar como en Holanda y una
universidad como en Ruanda. Para esos profesores publicar en revistas y libros de
alcance internacional era psicológica y culturalmente imposible (preguntémonos
por qué); sus escasos artículos casi nunca o nunca fueron leídos en foros
relevantes (pero casi nadie o nadie les pidió cuentas); su proyección
internacional lindó con el cero. Y sin embargo ellos, al verse diariamente en
los espejos de la cafetería de la Facultad, nunca notaron nada raro,
inquietante.
Muchos tenían y tienen una idea muy borrosa del alto nivel académico que
han alcanzado muchas de las universidades del mundo con las que deberíamos
codearnos. Deberíamos obligatoriamente: por razones prácticas y éticas. Mas en aquella
ignorancia toda chapuza se dio por buena. Ocurrió ayer y hoy. Protagonizar
diariamente y a la vez negar hechos como estos son otras características
definitorias del búnker.
Irritado, muy irritado, alguien me replica: “¡Pero si la Universidad ha
mejorado mucho estos años!”. Sólo faltaría que no hubiese mejorado algo, con lo
que se ha invertido en ella. Y con lo que mientras tanto han mejorado
centenares de universidades de todo el mundo. Esa falta de comparación con las
inversiones y de valoración de las tendencias en el mundo es una muestra más de
lo aislados y empobrecidos que a veces estamos.
“Bah, bah”, me insisten, todo esto es demasiado personal. Las universidades
del mundo ¿a quién le importan?
¿Por qué vendieron? Y alguna idea sobre cómo viven, trabajan
y disfrutan en el mundo
Recuerdo a riadas de indias e indios en Chennai yendo por la mañana al
trabajo y la escuela, con una impresionante elegancia y dignidad en el caos de sus
saris y trenzas y motos. Desde hace años, y también estos días, ahora mismo
mientras escribo esto (la nueva edición de mi libro sale en junio en Nueva
York), en Chennai se componen las galeradas de nuestros artículos y libros
científicos. Antes era en Barcelona, la industriosa. No hace tanto. Hoy no
queda gran cosa de aquellas editoriales médicas cuyo prestigio surcaba el
mundo. Los hacendosos menestrales hispano-catalanes (Martínez y compañía) vendieron
sus “empresas señera” a las malvadas multinacionales del norte (Reed Elsevier,
Hachette-Matra, otras).
Ah ¡pero el grupo Planeta es una de nuestras multinacionales...! Por
suerte, sin duda. ¿Qué simbólico, no, que los Lara no hayan vendido? Vaya
borrón en la narrativa catalano-independentista... Si al menos se llamasen Vila,
Puig o Rius. De largo, los apellidos más comunes de Cataluña son García,
Martínez, López y Sánchez.
Quienes vendieron estaban en su derecho, por supuesto. Por qué ellos
vendieron y los holandeses, americanos o italianos no −¿o no tanto?− es algo
que merecería un análisis en profundidad, sin simplismos. Sin complejos. Un
estudio que abarcase un período largo y datos válidos sobre la propiedad y
otras características de las empresas. Luego ya veríamos si catolicismo y
calvinismo tuvieron tanto que ver como suele decirse. También cabría analizar las
causas de la pujanza de las empresas editoriales asiáticas. Y el bajísimo nivel
científico que muchas de ellas tienen hoy. Los venerables, mitificados
asiáticos. Tan violentos y corruptos como el que más. Más allá de los tópicos
sobre los menestrales del sur ¿exactamente por qué vendieron?
El caso es que muchos catalano-españoles vendieron. Adiós economía del
conocimiento. Para mi querido pueblo, Barcelona, esa que hoy un tanto pomposamente
llamamos “economía del conocimiento” era una de las pocas alternativas ya
entonces reales a la hostelería (oficio decente como el que más: por supuesto).
Se nos daba bien. Lo editorial. Idear libros, hablarlo con los editores,
pensarlos juntos, jugarnos el tipo: escribirlos o traducirlos, hacerlos, venderlos
por el mundo, cobrarlos. La encuadernación. La sutil tipografía. Los vendedores.
El mercado de América Latina. La verdad, me resulta difícil aceptar que esas
empresas y todo lo que conllevan pasaran a manos extranjeras, extranjeras de
lejanía ¿extranjeras de qué?. Es verdad que no sé muy bien por qué se me hace
difícil aceptarlo, no sé exactamente por qué: pues para quienes muchas veces hemos
pisado esas empresas del norte en el mismo norte, para quienes hemos trabajado
físicamente en, desde y con esas empresas en Oxford, Londres, Rotterdam, Ámsterdam
o Nueva York, para quienes trabajamos cada semana con ellas desde la
Barceloneta, Santiago de Compostela o Alicante, para nosotros esas empresas son
cercanas, de casa, amigas, llenas de nombres cotidianos, amigos con los que hacemos
cosas guapas en este oficio precioso. Pero las ventas de las editoriales de
aquí nos obligaron a decir adiós a la complicidad que teníamos para pensar en
hacer desde aquí otros libros, otro tipo de revistas para aquí y el mundo
entero. Adiós a venderlos y cobrarlos y todo eso. Y sí, está muy bien pensarlos
y hacerlos desde Chennai hasta Madison Avenue y San Diego pasando por la playa
del Bogatell donde trabajo, es una suerte tener esas revistas, consejos
editoriales y otras buenas excusas en Nueva York para luego ir al Smoke, a
Columbia, a la Strand, a un par de galerías en Chelsea y al Meatpacking
District (otra metáfora: la gentrificación de Manhattan). Pero a la vez qué
pena ¿no? No poderlo hacerlo más a menudo también físicamente desde aquí en
Barcelona, Madrid... Y más triste: que se hayan perdido esos centenares de
lugares de un trabajo que tan bien se nos daba y que no pocas familias alimentaban.
Vivimos cómodamente lo global pero no sin algo de dolor por lo local. Quizá
siempre haya sido así.
Irritado, más que irritado, alguien me replica: “Pero por favor, por favor,
no sea tan exigente: aquí hay mucha innovación, vea los restaurantes, sin ir
más lejos”. Sí señor, en efecto, en el Eixample muchos camareros son españoles,
qué caramba. Y en el Born, al lado de esa inmensa bandera cuatribarrada tan parecida a la de la plaza Colón que el PP plantara
antaño. Y se afanan sirviendo genuina carn
d’olla o tapas (en una ciudad a la que nunca se le dieron bien) bajo la bondadosa
mirada de sus colegas o dueños paquistanís, indios o chinos (parecen chinos). A
esos aplicados camareros, algunos universitarios, formalmente
“hipercualificados” (en títulos), pocos profesores les contaron –pues pocos quisieron
saberlo– el poco valor que sus títulos tienen en el mundo. Lo que sí se contó
fue algún chiste depresivo: “¿Qué le dice un sociólogo en paro a un sociólogo
que trabaja? «Por favor, me traes otra caña»?”
Quienes vendieron sus editoriales y talleres relacionados, los hacendosos
menestrales catalanes, eran tan catalanes como andaluces y murcianos y maños. Sus
apellidos formaban y forman la típica enredadera española. Como tantas otras
naciones, regiones y países del mundo la realidad de Cataluña siempre ha incluido
esas mezclas de genomas, sangres y sudores. En las sobremesas de las familias
catalanas más nostradas
(entrañablemente de toda la vida) siempre se ha escuchado con total naturalidad
el castellano, entre cónyuges e hijos y abuelos, entre apellidos de inexpugnable
sonoridad catalana, entre juristas y cirujanos y prohombres de inapelable raigambre
y, a veces, montserratina devoción. ¡Por no hablar de lo que se oye en el Camp
Nou! Ah, qué bien vendría que muchos más de ustedes, los de allende el Ebro,
pasasen más tiempo en Cataluña yendo de copas y compras, museos y playas,
sobremesas y conciertos y travesías con amigos catalanes. De otro modo, cómo
contarles que somos tan parecidos. Casi casi no hay otro modo como no sea
vivirlo, de algún modo. ¿Ponemos “Amigos para siempre...” o esa rumba,
“Barcelona tiene poder”...?
Nuestro encaje, supervivencia, relevancia, influencia...
en el único mundo que hay
En cualquier lugar del planeta hacen hoy lavadoras, soja o vacunas de última generación, nanotecnología, muebles, piensos, vaporosa lencería. ¿Por qué iban a hacerla en mi pueblo? Aquí estamos para lo que ustedes manden. Esa desidia, chulería, pereza, hidalguía tan nuestras. Hay búnkeres jalonando todo el espacio geográfico, político y cultural español. Son búnker quienes aquejados de graves migrañas vomitan al ver que se puede ser razonablemente feliz, civil y digno trabajando. Innovando, creando, vendiendo buenas ideas, servicios y productos aquí y allá. Muchos somos como los aldeanos del Volga que narra Gorki, quienes “trabajaban con aquella alegría del laborar, a la que sólo supera en dulzura el abrazo de una mujer”. Pero con la escasa ética y la anacrónica organización del trabajo a la que en España se aferran ciertos sectores empresariales, políticos y ciudadanos, nuestro país está en una precaria patera en el océano a la deriva. La altura de las olas da mucho miedo. Da igual lo que pase con Cataluña. Sin otra cultura del trabajo, otras estructuras y políticas que hagan realidad otras condiciones de trabajo no queda más que servir gin tonics y “relaxing cups of café con leche”. En inglés, catalán o bable, da igual. El reto más difícil no es el encaje de Cataluña en España (¿en qué mundo?). Es el encaje de Cataluña y del resto de España en el mundo. El gravísimo problema, el imperdonable error es negar la deriva en la que Cataluña y el resto de España estamos hacia la proletarización e irrelevancia en el mundo. Esta cuestión es negada por ciertos sectores de PP y CiU - ERC. También por los sectores más bunkerizados del resto de partidos y de nuestra sociedad.
A propósito, casi mejor no ponernos líricos con nuestra ética del trabajo.
Desde luego, no es la noucentista (novecentista)
ni la calvinista. No veo que creamos en la redención por el trabajo. Ni se nos
ha pasado por la cabeza que tengamos que redimirnos de nada. Si acaso algunos
−pero no necesariamente− creemos en una cierta pasión o satisfacción y realización
personal y colectiva en parte mediante un trabajo no alienante, en condiciones
laborales correctas, y en parte mediante las relaciones personales, la vida
íntima, las acciones colectivas y el disfrute de las cosas buenas de la vida,
llámense familia, personas (amigos, vecinos, compañeros de trabajo),
naturaleza, cultura, erotismo, deporte, comida o Spotify. A ratos el trabajo
puede ser interesante y hasta apasionante. Pero incluso Picasso sufría un rato cada
día. Y cuando el trabajo no es super-interesante, por lo menos que sea digno, que
se trate a la gente bien, que se la pague bien, que se haga en condiciones
saludables, sin riesgos psicosociales altos, que el trabajo pueda hacerse bien,
y que no sea una maldición.
¿Exactamente de qué enfermedad es síntoma el trauma con los idiomas?
Hace poco trabajando en Zúrich, a mi lado Birgit (alemana, marido suizo,
hijos nacidos aquí y allá) comenta: “Si en Malmö le preguntas a un conductor de
autobús si sabe inglés, se ofende. Si se lo preguntas a un conductor en Hanóver,
también”. Obviamente, por razones opuestas: en Suecia el conductor da por
supuesto que sabes que sabe inglés. Y ello forma una pequeña parte de su perfil
profesional, de su identidad y del aprecio que se tiene y que la sociedad le
tiene. No es trivial. En Alemania el conductor da por sentado que sabes que ni
sabe inglés ni le importa mucho (¿o quizá Birgit exageraba?). Haces la misma
pregunta en cualquier autobús de Cataluña y es harto probable que el conductor
se salga por la tangente, metafóricamente hablando. Pero no sirve de mucho
admirar como papanatas lo común que es saber inglés en ciertos países con un
nivel educativo más alto. Es más fructífero analizar qué conductores de autobús
−y funcionarios, electricistas, empresarios, periodistas, profesores...− deben hablar
bien inglés u otros idiomas, por qué hemos fracasado tanto en dominar esas
herramientas elementales y cómo llevamos individual y colectivamente estar
mudos, tantas veces, en los circuitos económicos y educativos globales. No es en
absoluto anecdótico: durante años he visto a decanos de Facultades de Medicina españolas
incapaces de conversar en inglés. Normal, dicen algunos, enigmáticamente. Era
pues imposible que tejiesen proyectos docentes e investigadores relevantes. Ocurría
en 2005 y ayer mismo, no en 1545, cuando el Concilio de Trento. Por este tipo
de miserias tantas de nuestras Facultades forman tantos profesionales mediocres
y no pintan nada ahí donde se labran, con arados nuevos, las tierras de la
innovación. Hay que estar ahí, en el tajo, y si en él se habla inglés, tan
tranquilos.
No creo que sea bueno ver siempre como una herida
abierta que supura este mal rollo que, en Cataluña-y-el-resto-de-España, tantos
profesionales cualificados se han llevado con el inglés en las últimas décadas.
Quizá la fluidez con que lo hablan nuestros colegas en América Latina no sea la
comparación más relevante, dada la tradicional cercanía de sus élites a EEUU; y
en cambio quizá sea preferible tener como referencia a los profesionales en
Francia o Alemania (dejando de lado a los americanos, tan políglotas ellos).
Quizá el fracaso de todos los sistemas educativos autonómicos en el tema de los
idiomas extranjeros no sea un síntoma fiable de provincianismo, ni de
indolencia, sino de autismo y bunkerización. Tanto en Cataluña como en el resto
de España. Definición complementaria: está en un búnker quien vive el hablar
idiomas como una misión imposible, un calvario, quien no consigue movilizar las
energías vitales necesarias para aprenderlos. Nota: ese individuo puede ser,
suele ser una buena persona, una bellísima persona, ejemplar trabajador y padre
de su familia. Es que no tiene nada que ver ¿no lo ven? Nuestro relativo fiasco
colectivo en el tema de los idiomas y el ser buena gente.
Hablar inglés no es garantía de nada. La prueba son Ana Botella y Artur
Mas. Que en sus búnkeres o jardines se hable inglés no hace a sus políticas menos
o más dislocadas de la realidad del mundo. Otros habitamos en las fronteras
(Jorge Wagensberg). Callados o no, cantando o susurrando en idiomas varios.
Apátridas felices, si a machetazos cortan los cabos entre nuestras patrias,
“nuestro terruño son las galaxias” (Julos Beaucarne). En lugares lejanos o aquí
mismo –en Oviedo, Mahón, Granada– muchas mañanas nuestros tendones se han destensado
pegados a cuellos, cinturas, tobillos de formas universales, entre las sábanas y
los flujos del mundo (otros flujos). Unos días sus ojos fueron castaños, otros del
color del alba fría de marzo. Árabes y judíos, cuando sonrió la suerte. Las pieles
hablaban el idioma de los sueños. Son solo otras experiencias de la
globalización, normales, más agradables. Es así, amigos del búnker, muchos vivimos
la globalización gozosamente, tranquilamente. Al menos a ratos.
Por supuesto que no hay garantías. Ni en la cama ni en la vida ni en
política. Qué inmadurez esperar garantías de esa índole: no es menos
destructiva en inglés la demagogia. Es sólo que según para qué hoy hablar idiomas
es imprescindible, innegable, simplemente útil. Y no valorar hablarlo según
dónde, simbólico. A qué viene tanta dejadez (con los idiomas, la modernidad, el
trabajo, el medio ambiente, la vida), tanta pobreza de espíritu entre tanto
dispendio de auditorios, abalorios y farfolla. De dónde viene. Ah, que viene de
la Contrarreforma católica. No me diga. Pues créame que a muchos nos pilla muy
lejos el XVI, y que nuestro hartazgo ante ese pobre historicismo –o
determinismo historicista, o histrionismo fatalista– es enorme, total. Que les
vaya bonito en su decrépito búnker, en su carcomido púlpito de excusas,
estampas y trampas históricas.
Está bien, está bien: si saber inglés es necesario, también lo es saber
Historia. Pues entonces háblennos de la Historia que sirve para cambiar España,
no de la que solo sirve para compadecer su triste sino.
El intolerable negacionismo de la realidad
Es bastante grave: no sabemos bien quiénes son, dónde están y cómo actúan las
redes de búnkeres mundiales. Aunque Snowden, Manning y antes otros nos han dado
alguna idea. Pese a lo cual es obligatorio ir más allá de espías y
conspiraciones. Algunos búnkeres hay entre los ejemplos del segundo párrafo, al
principio. Sin duda hay mucho búnker bien oculto. Pero me cuento entre quienes
creen que las conspiraciones no son muy influyentes, y que en nada nos ayudan
las paranoias. No nos ayudan, por ejemplo, a interesarnos por conocer quiénes
influyen realmente en cómo va el mundo. Pues una
cosa son los búnkeres rancios −fantoches que tan fácil es denostar, muchos de
ellos irrelevantes− y otra las organizaciones, redes, procesos y actores que
realmente mueven el mundo; la economía del mundo, por ejemplo.
Sabemos que las falanges de búnkeres no están solo en España. Sé que no
están solo en Madrid (pero amo Madrid, no me hagan caso). Los veo cada día en
la plaza de Sant Jaume, políticamente hablando. Y en muchas otras plazas de la
“Cataluña catalana”, en la horrorosa expresión −sólo utilizada en la intimidad−
de algunos compatriotas. Claro que hay un búnker catalán. Y lo peor de él, como
de su gemelo homocigótico el búnker castizo (o valenciano o extremeño), no es
su onanista nostalgia (“no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás
sucedió”, dice Sabina, aunque él pensaba en otra cosa). Ni son lo peor sus
distorsionadas caricaturas de la historia, el impune saqueo de la corrupción o
el derroche de ineficacia burocrática. Idéntica a la de Madrid la de Barcelona,
sé de qué hablo. Lo peor −moralmente, culturalmente y políticamente− es su
negacionismo. El negacionismo de la realidad interior y exterior.
En la política democrática atender a la realidad no es una opción, es una
obligación. Lo otro (los Juegos Florales, el quejío, la farándula) se llama arte,
como en “el arte de Lola Flores” o “el arte de Mossèn Cinto Verdaguer”. Negar
la palmaria realidad global y sistémica del mundo y, en ella, la
insignificancia de añejos sectores del tejido industrial y cultural catalán es
comprensible y respetable en un catalán cabal cuyo colmado (tienda de ultramarinos) en el Eixample está asediado por
las hacendosas, sonrientes, insomnes hordas asiáticas. O en quien quiere
profundamente su tierra permeada de purines de cerdos traídos a criar enjaulados
por empresas sistémicas que apenas dejan unas migajas de euro. Patriotas o no cuyos
bolsillos, estómagos, mentes, almas y demás glándulas y vísceras –la más vital,
esa llamada “identidad”– se estremecen e implosionan con tanto “moro, rumano y
chino” alrededor (sin asomo de racismo, lo digo sin la menor ironía: sin asomo
de racismo: sólo miedo a no tener para comer, sólo crisis de identidad, sólo
necesidad de una narración épica que de coherencia al aparente caos). Es
emocional y cultural y políticamente lógico. Lo repito sin la menor ironía, con
el profundo respeto que por la naturaleza humana nos recuerdan debemos tener la
antropología cultural, la ética y el sentido común.
Pero lo anterior no es óbice para gritar –perdone usted– que en un portavoz
de un gobierno el negacionismo es democráticamente inaceptable, culturalmente
tétrico y económicamente estéril. Frase solemne a la que sólo le pongo un pero:
a no ser que el susodicho portavoz lleve algo de razón. A no ser que Mas, Homs,
Junqueras y compañía (especialmente, no lo olvidemos, quienes les hacen
compañía en las urnas, al votar, democráticamente) tengan algo de razón. Aunque
carezcan de razón en su propuesta de “solución” independentista, aunque segreguen
demagogia y victimismo, aunque intenten distraer de sus hachazos, que no
recortes, al estado del bienestar, aunque quieran hacernos olvidar que el único
tema relevante que tienen sobre la mesa es el pago de la deuda. A no ser que a
pesar de todo ello y más tengan algo de razón. Y la tienen. La cruda,
desagradable, fundamental razón en reclamar un Estado más democrático, justo, socialmente
eficiente e integrado en el mundo. Como otros lo reclaman desde Sevilla a
Vitoria.
Por cierto, no pongan en el mismo saco o búnker a todos los compañeros de romería
del independentismo retórico: algunos de ellos hacen propuestas de regeneración
democrática, internacionalización, competitividad y autogobierno muy
respetables. Escuchen como razonan por qué ha sido nefasta para Cataluña y para
la totalidad de España la férrea uniformización de tantas políticas, la
“calderilla para todos”, el miedo a la diferencia.
Creo que la “solución” de los dirigentes de CiU – ERC no es tal, que es
falsa porque es una huida, fantasía, artimaña: porque no trata de la realidad,
porque no atiende a la realidad. En política eso es impresentable, patético,
ridículo, cínico, miserable ¿Perdón por la vehemencia? Lo reconozco: tengo un
alto concepto de la Política. Tengo en gran estima a los políticos de raza. Me
irritan y entristecen los mercachifles sarcásticos como (rellene el espacio usted mismo) y acólitos.
Con lo que hay que soñar no es con la independencia sino con ser alguien –una
ciudadanía, un país más justo y libre, más divertido, interesante...– en un
mundo irremediable y fantásticamente −a veces trágicamente− interdependiente. Muchos
creemos que la opción independentista distrae, engaña, divide y derrocha
(cuánta energía perdida). Pero surge de causas reales, que nadie aborda. Los
independentistas, tampoco. ¡Tampoco! Sustituyen ese abordaje, que sería
doloroso y terapéutico, por culpar a “Madrid” y a “España”. Sin autocrítica. En
la práctica esa postura equivale a llamarnos a entrar en un búnker. Ni lo
sueñen.
Por supuesto, puede que yo esté equivocado. Puede que a Cataluña le pueda ir
mejor “fuera” de España en sueños. Alentar esos sueños es promocionar la
alienación (algo que Franco hizo bastante bien), mantener al país embobado,
retrasado, fuera del mundo. A Cataluña no le puede ir mejor “fuera” de España
porque no existe tal lugar. Y además ¿de verdad alguien piensa que en esa fantasiosa
“(in)dependencia” Cataluña no tendría que mejorar nada que no pueda libremente mejorar
ya ahora por sí sola? ¿no es de una inmadurez pueblerina pensar que hoy
“España” impide todo progreso? ¿sería la Cataluña “independiente” de repente un
país ideal como Suiza, Suecia o Luxemburgo (que de ideales no tienen nada)?
¿sería CiU – ERC la coalición honesta y socialmente responsable que no es ahora?
¿seguirían las instituciones catalanas, empresas y ciudadanos libres de toda
responsabilidad en lo que pasa? Fascinante demagogia, fascinante naturaleza la humana.
Autocrítica, espantajos, simplezas
No encuentro modo alguno de otorgar credibilidad a quienes no hacen
autocrítica y evitan valorar las razones que en la propia sociedad catalano-española
explican nuestro secundario papel en las “redes industriales y
culturales globales” (o como
quieran llamarlas). Por cierto ¿sería dicha falta de análisis autocrítico,
pragmático y constructivo una carencia típica y exclusiva de Cataluña? ¿o más
bien sería característica de todas y cada una de nuestras Comunidades
Autónomas? Como también lo sería de Francia y otros países hondamente
endogámicos, bunkerizados en sus fantasías imperiales. Toda mejoría del
problema de España pasa en parte por mejorar nuestro análisis sobre quiénes
somos en el mundo y por qué. Es en este sentido que creo debemos preguntarnos
si no es casi todo el debate sobre Cataluña y España excesivamente endógeno, endogámico,
endocrino. Pues parece que todos –CiU y ERC, PP, PSOE y todos los demás– sólo miran al exterior (a Bruselas, a Berlín) para
buscar apoyo a lo que de antemano ya han decidido, no para contrastar con la
realidad exterior los propios análisis sobre las causas de nuestra pobreza y
sobre las vías de progreso.
Cuidado también que las metáforas –y sin duda la del búnker– nunca son
literales, por esencia y definición. Tampoco hay un “norte” o un “sur” puros, y
la frase “Cataluña es el norte del sur y el sur del norte” (Pasqual Maragall y
otros) sólo tiene sentido político y moral si es integradora y movilizadora,
pero nunca literalmente. Más fundamental: no existe una España pura ni una
Castilla pura ni una Cataluña pura. ¡Hoy Suecia es mestiza, la India es
mestiza, Australia es mestiza...! Y basta ya también de la acomplejada
mitificación de los pueblos del norte. Vale un rato de Espriu y su “Ensayo de
cántico en el templo”, siempre que luego lo reguemos con el “Ensayo de plagio
en la taberna” (Pere Quart).
Reconozcamos que cultural y psicológicamente a muchos nos atrae prender
fuego a los hombres de paja del búnker, plantar espantajos, practicar la
vehemencia (como en partes de este artículo, sí), sacrificar chivos
expiatorios, simplificar, anatemizar. Moldear metáforas estentóreas. La del
búnker, mismamente. Por ello, por esos mecanismos psicológicos, sociológicos y
culturales, la verborrea “Cataluña - Madrid” les funciona políticamente y les
sale rentable electoralmente a los unos y a los otros. Los mecanismos
psicológicos, sociológicos y culturales negacionistas proporcionan réditos electorales
a todos los partidos. Lo que de nuevo refleja lo aislados que estamos del
mundo.
La metáfora del búnker tuvo algunos efectos terapéuticos durante la
Transición. Los dibujos de Forges, Ops o Perich sirvieron para exorcizar y
marginar culturalmente a la extrema derecha política, por ejemplo. A esos
hombres de bigotillo y gafas negras, que eran reales. Pero acordémonos también
de la canción de Francesc Pi de la Serra, “L’home del carrer” (El hombre de la
calle: “la patilla izquierda, la patilla izquierda...”). En la cobardía −y en
lo seductor que para los hombres es abrazar o denostar constructos ficticios,
llámense “Madrid”, “Merkel”, “clase política”, “independencia”,
“globalización”, “capitalismo” o “catalanes”− está parte del problema. Su
sustrato psicológico, cultural y político es el mismo en todos los búnkeres:
consiste en amputar partes del contexto local y global, huir de la realidad interna
y externa que angustia, negar la propia corrupción e ineficiencia, idealizar
una invención simplona del Pasado y de los míos, ofrecer un brebaje infame que
una parte de los votantes trague.
Casi todos vemos que detrás del telón ciertos actores de la dramaturgia
independentista catalana hacen papeles parecidos a sus comparsas en el corral
de comedias español: podrían mezclarse Rajoy y Oriol Pujol presuntamente cobrando
en negro (¡el norte del norte está atónito!), la red Gürtel en el Palau,
Bárcenas en CiU, Osàcar en el PP, Millet, Correa, Javier Guerrero y sus
cómplices de ERE y cocaína... Y casi todos sabemos que sus respectivas retóricas
independentistas, aislacionistas y autárquicas, cuando no esconden
inquisiciones y corrupciones, son obsoletas coartadas para no lidiar con la
angustiosa realidad. La realidad real, valga el pleonasmo en estos tiempos
virtuales. Pero no es baladí que ese negacionismo tenga creyentes: hacinados en
su fortín, en Simancas o en Cardona, ellos se creen a salvo de sarracenos y
dragones; sienten un íntimo y ancestral consuelo, profundamente humano,
natural, legítimo. Mientras, fuera ruge la galerna globalizadora, desregulada,
desbocada, fascinante, devastadoramente injusta. Hay que entender ese consuelo
cálido como una manta de angora o no saldrán del castillo. Ni en Vic ni en
Valladolid. Tenemos que quedar con los del búnker: para mirar las galaxias en
la noche y estremecernos juntos. Y en la mañana, con una taza caliente, pensar
cómo haríamos para ser algo más felices y coherentes trabajando y viviendo
mejor –con más verdad, equidad y libertad, con más salud y respeto por el medio
ambiente, con algo más de bienestar, civilidad, afecto y calma– en esta
aborrecida, entrañable Tierra.
La ardua reforma ¿lograremos fraguarla?
Es fascinante la capacidad humana para escapar de la realidad y para
inventar narraciones, como la independentista, que nos tranquilicen ante las
incertidumbres de la vida y el caos del mundo. Además de ello, otra razón
poderosa explica el buen momento de las imaginerías negacionistas: todavía no
ha madurado una propuesta ambiciosa y pragmática de regeneración política del
estado que atraiga cultural y políticamente a los muchos españoles que vivimos
más allá de fronteras, tan tranquilos.
Política y culturalmente la reforma debe ir en la dirección federal.
Reducirlo todo a cuestiones de financiación es consentir más a los mimados búnkeres.
El actual énfasis en las balanzas fiscales es otro ejemplo de lo endogámico que
es el marco del debate. ¡Necesitamos otro framing,
queridos, queremos un marco de análisis global!
La reforma: no es tarde hacerla. Nunca es tarde cuando algo –cómo se
estructura y funciona el Estado y la sociedad– es ética, cultural, económica y
políticamente vital. Una exigencia del mundo en el que vivimos. De la realidad
en la queremos gozar de ciertas cotas de bienestar, libertad, justicia, educación,
salud, democracia. Por tanto, no es que la reforma haya que hacerla porque la
propuesta independentista sea falsa o porque ésta vaya a crear bastante
frustración en buena parte de los habitantes de Cataluña.
Subrayo que el retraso de esa reforma es una causa de las demandas
independentistas. También la exigimos quienes somos “dependentistas sistémicos”
(note por favor que es autoirónico) y una parte razonable del resto del mundo.
La reforma de cómo se organiza y funciona el Estado y la ciudadanía hoy en Cataluña
y el resto de España es y va a continuar siendo ardua por otra razón que a
menudo eludimos en los espacios públicos (pero eludimos menos en los privados):
la reforma debe ser asumida por muchos españoles que no perciben como graves
las causas estructurales, políticas y culturales de nuestra irrelevancia en los
circuitos económicos y educativos globales (o como quieran llamarlos). ¿Me
pregunta qué causas?
Estas son a mi juicio algunas de las principales causas estructurales,
políticas y culturales de nuestro secundario papel en las redes industriales y
culturales globales, enunciadas sean de forma impresionística: las pésimas condiciones
de trabajo y salarios de millones de ciudadanos, la estructura del sistema
económico español, y, en ella, el ínfimo peso del sistema de investigación e
innovación; el retraso cultural histórico de las élites y búnkeres industriales
y financieras, incluyendo las más lucradas en la banca, la construcción, el
turismo o la simple especulación; la escasa cultura de la diversidad y de la
diferencia, el histórico pavor de las élites españolas ante las diferencias de
toda índole; la cultura de la subvención, el escaqueo y el desvergonzado
saqueo, la del todo gratis y que te den; el mediocre nivel educativo y
democrático, la amplia corrupción y la ausencia casi total de transparencia, la
cuasi inexistente tradición de rendición de cuentas; la ineficiencia de partes del
sistema funcionarial (y la correspondiente, flagrante y sangrante injusticia
con el sector privado), el derroche en obra pública irrelevante, el dispendio
en gasto privado presuntuoso y el alienante consumismo; el débil asociacionismo
y el fuerte corporativismo, el reaccionario sindicalismo de miedos y privilegios,
que coexiste con el progresista de lucha contra ellos; la cobardía e inhibición
ante el autoritarismo y la corrupción, el prestigio de la queja verbal y la
sospecha que suele generar el elogio de palabra y obra, la falta de práctica en
el ejercicio de la crítica abierta; o la escasa cultura y praxis a favor del
medio ambiente, la educación, la salud pública y el estado del bienestar.
Señalo algunas de las causas estructurales, políticas y culturales −de
nuestra marginación de los circuitos globales− que muchos españoles no perciben
como graves. Me ahorro aquí las que ya perciben. Señalo algunas causas de los
problemas, las fortalezas de nuestra sociedad ya las he apuntado anteriormente
(la solidaridad, la cohesión y la cooperación entre las más notables). Podemos
discrepar tranquilamente del peso de unas u otras causas, pero lo esencial es
que algunos −cuantos más, mejor− nos pongamos de acuerdo en que intervenir
sobre esas causas exige una ambiciosa y pragmática regeneración del Estado y de
la sociedad. Y un cambio en ciertas reglas del juego. Esa es la tarea vital, a
ella deberíamos dedicar muchas más energías, y no a debates ficticios.
Desde luego, también podríamos analizar las causas de las causas. Sería así
mismo imprescindible ver cuánto de todo ello se da también en el norte, este y
oeste. Puesto que darse, se da.
Y la clave de toda la bóveda: ¿Quiénes persuadirán, construirán alianzas y
harán operativa la regeneración del Estado y de la sociedad española? Una regeneración
que nos haga más democráticos, justos, socialmente eficientes, competitivos e
integrados en el mundo. Mis disculpas si ya lo había pillado.
Puede que un amplio pacto alumbre esa por tantos o tan pocos anhelada, imprescindible,
auténtica reforma. O puede que el pacto sea para construir otro búnker; de
diseño, eso sí. Quizá se lo encarguen a Calatrava. Con el aliento de pobres, muy
pobres, anacrónicos, amargados señores corroídos de envidia. Con el apoyo
soterrado o entusiasta de los sectores más obsoletos de la industria, la banca y
los medios de comunicación. Y con el apoyo no menos decisivo −absolutamente
decisivo− del negacionismo de la parte más rancia y cerril de la sociedad civil,
incluida parte de la independentista, de su ancestral incompetencia, pereza, cobardía,
desidia, hidalguía, pueblerismo, cofoisme
(peculiar complacencia ombliguista, supuestamente sólo catalana pero acaso
universal)... Ese pacto podría abortar la gran reforma que el Estado y la
sociedad española necesitan. Eso sí que sería una ley del aborto. También cabe
que acaben engendrando y alumbrando un feto con graves malformaciones. Otra vez.
Sin atreverse a empezar a solucionar los graves problemas estructurales,
políticos y culturales que tan pocos de sus electores y conciudadanos perciben
como dramáticos. ¿O no somos tan pocos?
Lo que creo es que se acabó el rancio “café para todos”, esa chicoria de la
Transición. El apaño sirvió para lo que sirvió, ahora miremos al presente y
adelante. En la cafetera española no queda café para colmar tanta sed de
protagonismo provinciano de algunos políticos y ciudadanos, para subvencionar
tantas ínfulas caciquiles o infantiles, para repartir migajas, calderilla, a
todos por igual –ese miedo tan antiguo a dar más a quien más merece. La
cafetera es pequeña, herrumbrosa, pegajosa. No hay como restaurar tanto búnker derrumbado.
Sí tenemos, en cambio, honestidad, solidaridad, cohesión, rigor, lucidez,
imaginación y coraje para cambiar. Muchos ya lo han hecho, muchos lo están
haciendo. Por lo que vivo, muy por igual en Cataluña y en el resto de España.
Por tanto, propongo que cuando pensemos en el problema de España, en el-problema-de-Cataluña-y-del-resto-de-España,
en el-encaje-de-Cataluña-en-España, en modos pragmáticos y ambiciosos de adaptar
al siglo XXI la ajada Constitución de 1978, en la construcción europea, en la
influencia de Cataluña y el resto de España en la transformación de este
injusto y depauperado mundo global, en la ineficiente y corrupta economía global
y, en fin, en las auténticas salidas a la actual crisis sistémica... propongo
que entonces integremos esta idea: hoy nuestro nivel educativo y democrático (el
de Cataluña, resto de España, Europa y la China) tiene un medidor fiel: con cuánta
honestidad y coraje miramos a nuestra responsabilidad en el papel económico y cultural
que tenemos en el mundo; en qué estado anímico colectivo lo vivimos y mejoramos;
y qué opciones políticas articulamos para que nuestra influencia aumente
legítimamente a favor de un desarrollo humano global verdadero, justo y
sostenible.
Miquel Porta Serra
Investigador del Instituto Hospital del Mar de
Investigaciones Médicas (IMIM),
catedrático de la Universidad Autónoma de
Barcelona.
Algunas de las ideas aquí desarrolladas fueron esbozadas en un artículo breve que publicó InfoLibre el 24 de marzo de 2014. http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/21/cataluna_resto_espana_las_redes_industriales_culturales_globales_14848_1023.html.
La versión completa de dicho artículo la
publicó el mismo día en su portal la organización Federalistes d’Esquerra. http://federalistesdesquerres.org/2014/04/catalunya-i-la-resta-despanya-a-les-xarxes-industrials-i-culturals-globals-per-miquel-porta-serra-infolibre-23-3-14/