Tuesday 18 March 2014

La (i)relevancia de Cataluña y del resto de España en las redes industriales y culturales globales

La (i)relevancia de Cataluña y del resto de España
en las redes industriales y culturales globales.
Contra la bunkerización del marco de análisis.
A favor de otra in(ter)dependencia.
 
Miquel Porta Serra
 

Algunas de las ideas aquí desarrolladas fueron esbozadas en un artículo breve que publicó InfoLibre el 24 de marzo de 2014. http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/21/cataluna_resto_espana_las_redes_industriales_culturales_globales_14848_1023.html.

 
La versión completa de dicho artículo la publicó el mismo día en su portal la organización Federalistes d’Esquerra. http://federalistesdesquerres.org/2014/04/catalunya-i-la-resta-despanya-a-les-xarxes-industrials-i-culturals-globals-per-miquel-porta-serra-infolibre-23-3-14/  
 
 
Extractos
 
– Ni las propuestas del PP ni las de CiU y ERC abordan el actual papel marginal de Cataluña y el resto de España en las redes industriales y culturales globales.
 
– Debemos analizar con más lucidez el papel económico y cultural que Cataluña y el resto de España tenemos en el mundo, y aplicar políticas eficientes para que esa influencia aumente.
 
– Casi todos los elementos del debate sobre Cataluña son endógenos, sin analizar realmente el contexto mundial. Avanzar en la solución del problema de Cataluña y del resto de España exige mejorar nuestro análisis sobre quiénes somos en el mundo y por qué.
 
– La “solución” independentista es falsa, pero algunas de las razones de proponerla son verdaderas: necesitamos un Estado más democrático, justo, socialmente eficiente e integrado en el mundo.
 
– El problema más grave es el encaje de Cataluña y del resto de España en el mundo.
– Casi todo el debate sobre Cataluña y España es endógeno y endogámico.
– Tenemos que quedar con los del búnker: para mirar las galaxias y estremecernos juntos.
– Hay búnkeres jalonando todo el espacio geográfico, político y cultural español.
– Lo peor del búnker catalán es su negacionismo de la realidad interior y exterior.
− A Cataluña no le puede ir mejor “fuera” de España porque no existe tal lugar.
– Fuera de todo búnker, muchos vivimos la globalización tranquilamente. Al menos a ratos.
 
El reto más difícil no es el encaje de Cataluña en España, es el papel de Cataluña y del resto de España en el mundo. El gravísimo error es negar la deriva en la que Cataluña y el resto de España estamos hacia una mayor proletarización e irrelevancia en el mundo. Esta cuestión es negada por amplios sectores de PP y CiU - ERC. También por los sectores más bunkerizados del resto de partidos y de nuestra sociedad.
 
Con lo que hay que soñar no es con una imposible y absurda independencia sino con ser alguien ‑‑una ciudadanía, un país más justo y libre– en un mundo irremediable y fantásticamente −a veces, trágicamente− interdependiente. Muchos creemos que la opción independentista distrae, engaña, divide y derrocha (cuánta energía perdida). Pero surge de causas reales, que nadie aborda. Los independentistas, tampoco. ¡Tampoco! Sustituyen ese abordaje, que sería doloroso y terapéutico, por culpar a “Madrid” y a “España”. Sin autocrítica. En la práctica esa postura equivale a llamarnos a entrar en un búnker. Ni lo sueñen.
 
 
Miquel Porta Serra es médico y epidemiólogo, investigador del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), catedrático de Salud Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona, catedrático adjunto de Epidemiología en la Gillings School of Global Public Health de la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill, EEUU). Asimismo ha sido profesor en otras instituciones norteamericanas y europeas (como Harvard e Imperial College London), y en diversas universidades de Kuwait, Brasil y Méjico. Además de haber publicado más de 400 trabajos científicos en revistas internacionales, colabora regularmente en medios de comunicación social como El País, Claves de Razón Práctica o Cultura/s.
 
Algunas de las ideas aquí desarrolladas fueron esbozadas en un artículo breve que publicó InfoLibre el 24 de marzo de 2014. http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/21/cataluna_resto_espana_las_redes_industriales_culturales_globales_14848_1023.html.

La versión completa de dicho artículo la publicó el mismo día en su portal la organización Federalistes d’Esquerra. http://federalistesdesquerres.org/2014/04/catalunya-i-la-resta-despanya-a-les-xarxes-industrials-i-culturals-globals-per-miquel-porta-serra-infolibre-23-3-14/ 







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Juguemos dos minutos con esta idea: no denostamos lo suficiente al búnker, esos grupos petrificados, escleróticos, reaccionarios y amargados por su irrelevancia en las redes industriales y culturales globales. Las principales claves para valorar el posible interés e implicaciones de la idea son cinco: primera, saber en qué medida la expresión “redes industriales y culturales globales” sintetiza una gran parte de la realidad que importa o si, por el contrario, excluye demasiados agentes y procesos relevantes. Segunda, pensar en qué medida estamos informados, vivimos por cuenta propia y somos conscientes de la magnitud y los mecanismos de la influencia que hoy en el mundo tienen las redes industriales y culturales globales. Tercera, saber quiénes son y cómo actúan esos búnkeres anacrónicos y arcaicos. Parecen tan lejanos. Son, a la vez, tan cercanos. Por cierto ¿ha pensado usted que me refería sólo a España? Quizá el búnker tenga para usted −como creo que para mí, no estoy seguro− connotaciones exclusivamente celtibéricas (por referir a semanarios como “La Cordorniz”, “Hermano Lobo” o “Triunfo”, por ejemplo). ¿También ha excluido a su entorno o a sí mismo de pertenecer a esos grupos marginales? Pero hombre ¡si ya nadie habla del búnker! Por tanto −cuarta clave−, hay que ver si realmente es una buena idea recuperar ese concepto o metáfora. Y quinta: podemos pensar si atacar a enemigos más o menos reales es la actitud correcta (ética, psicológica y culturalmente) o más eficiente (social y políticamente).
 

Imágenes y experiencias de las redes industriales y culturales globales

El posible atractivo de la expresión “redes industriales y culturales globales” reside en buena medida en que a muchos españoles nos dice algo: evoca sistemas, sectores, organizaciones, empresas, servicios, ideas, poderes, tramas, mallas, influencias, imágenes, significados y, en fin, realidades concretas –muy personales y muy colectivas– en toda la aldea; o sea, el planeta. También puede suscitar complicidad y alguna sonrisa, y a veces un peculiar sentido de nimiedad, perplejidad o ansiedad...
 

 
¿A quién o qué le ha traído a la mente a usted la expresión? ¿A Volkswagen o Toyota, Nestlé o Condé Nast, Random House o HarperCollins, Almirall o Grifols, Novartis, Novo Nordisk, Genentech, Roche, Apple, Google, Facebook, Telefónica o ArcelorMittal Asturias? ¿el Banco Mundial, HSBC, BlackRock, Bridgewater, Bloomberg, Ray Dalio, Carlos Slim, Bill Gates o Ingvar Kamprad, la Fundación Stichting Ingka, el Wellcome Trust, las gestoras de fondos de inversión del planeta (ninguna española entre las más relevantes)? ¿Médicos sin Fronteras, 350.org, la ONU, la FDA, IBFAN, HEAL, TNI, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), Davos, la “burbuja punto com”, el índice Nasdaq 100 o el Standard & Poor's 500? ¿satélites, drones, tsunamis, el cambio climático, Esperanza Spalding, Madonna, Wert, el programa Erasmus o el programa Fulbright? ¿la suite educativa H20 o la edX, PLoS o PubMed, el Instituto Cervantes, los Guggenheim o el PS1 del MoMA, la Filarmónica de Berlín, Shazam, Creative Commons, la Wikipedia, la Colaboración Cochrane, una streaming app o el high frequency trading (la contratación automatizada de miles de operaciones bursátiles en décimas de segundo)? ¿Ha sido Netflix, los Oscar, la última de Di Caprio o Penélope Cruz, “Inside job” o “Lo imposible”, Rafael Moneo, Ferran Adrià o Jaume Plensa, Anish Kapoor o Cristina Iglesias, el anterior de Arturo Pérez Reverte o Ken Follett, Lonely Planet, Al Jazeera, 21st Century Fox, The Guardian, Wired, ¡Hola! o Marca, Prisa, Planeta o Repsol, los Rioja, la Roja, la FIFA? ¿Messi, Iniesta, Xavi, Guardiola? (pelín de sesgo ahí, sí) ¿el AVE, Boeing, Airbus, Finmeccanica, Lockheed Martin? ¿Dilma Rousseff, Aminata Touré, Oprah Winfrey, Moxie Marlinspike, Christine Lagarde, José Mugica, Craig Venter, Cécile Kyenge, Eduardo Galeano, Vargas Llosa, Krugman, Eco, Singer, Murdoch, Bezos... el Factor G o el Índice H? ¿la Lista de los 100 Principales Pensadores Globales de Foreign Policy (¡ninguno español ni, por ende, catalán!) o algún ranking de las 100 mejores universidades del mundo (otro tanto)? ¿Amazon, FNAC o La Central? ¿McDonalds, Starbucks, un sashimi o un changurro, la dieta mediterránea? ¿o acaso le ha venido a la mente su última estancia de trabajo en Oporto, las vacaciones en Chile o aquellos vecinos de Cambridge?
 

 
Otro posible atractivo de la expresión “redes industriales y culturales globales” es que sugiere causas y facetas del problema, y consecuencias, y soluciones, que ciertos indicadores económicos (exportaciones, porcentaje del PIB mundial...) no sugieren. Naturalmente, unos y otra son complementarios. La expresión solo vale para lo que usted decida de aquí al final del artículo.

Naturalmente: a veces las redes industriales son redes culturales y viceversa. Las empresas sistémicas que venden contenidos, productos electrónicos y tecnologías audiovisuales son el ejemplo más sencillo.

La expresión “redes industriales y culturales globales” quiere iluminar, como el haz de un faro, un vasto mar –un paisaje algo más amplio que las piedrecitas que habitualmente alumbran las pálidas linternas de ciertos políticos y periodistas locales. Pero puede que la expresión excluya conceptos, estructuras, agentes, organizaciones y nodos de poder –económico, cultural, político– global; es decir, mundial y sistémico. Y no todo lo que influye sobre nuestras cotas de equidad, libertad, educación, bienestar y calidad democrática y ambiental son, estrictamente, flujos, redes o circuitos. De momento, como decíamos, la expresión nos vale hasta el final del artículo.

Por cierto, esas cotas de calidad las reclaman retóricamente para Cataluña los dirigentes independentistas de CiU - ERC como si toda la responsabilidad de lo que le ocurre a la sociedad catalana fuese culpa exclusiva de “España”, sin analizar realmente la responsabilidad que tiene la propia sociedad catalana, y sin ninguna referencia coherente al contexto mundial sistémico en el que Cataluña y el resto de España están inextricablemente sumergidas y conectadas por millones de “cables”, como todo hijo de vecino de la aldea global. Artur Mas, Oriol Junqueras y tantos otros hacen como que ignoran que en el mundo hoy apenas existen fronteras nacionales o estatales, solo redes, poco más que redes con sus implacables agentes, nodos y flujos de poder. Y azar. Cuando menos tales fronteras no existen para los procesos económicos y culturales que más influyen en esas cotas de bienestar. ¡Llevamos décadas hablando del declive del estado-nación! El estado-nación ya estaba muy pero que muy débil cuando hace años osamos reconocernos que estaba en crisis. Aunque su influencia no es irrelevante ¿qué pinta realmente hoy en nuestras vidas el estado-nación en comparación con las influencias del resto del mundo? La verdad, creo que la mayoría de nosotros no tenemos mucha idea. Cuando menos ese es mi caso. Mi impresión es que en el día a día exageramos mucho la influencia de las instituciones políticas locales (ciudad, Comunidad Autónoma, gobierno central) e internacionales. Pero cuidado con  la tentación conspiranoica.

De hecho, creo que una de las tareas más apasionantes a las que deberíamos dedicarnos es a mejorar nuestros análisis, percepciones y experiencias de lo fuertes, profundas, intensas, atractivas, horribles, tupidas y vastas que son las corrientes globales y lo débiles, nimias, intrascendentes, monas, pequeñicas y entrañables que son las ficticias fronteras nacionales y estatales (incluya por ahí si se atreve a su adorada Comunidad Autónoma). Igual un día de estos empezamos a tener la osadía de darnos la mano para mirar qué manos mecen la cuna del mundo. ¿Esos fondos de pensiones que triplican nuestro PIB, esas empresas en los paraísos fiscales, los emporios de relaciones públicas de las empresas globales, el Nasdaq, Qatar o Dubái, Allianz, Axa, UBS, Goldman Sachs, Ashoka, los cacharrillos de Sony o Nintendo, George Clooney, Silvio Santos, Michael Winner, el branding o el benchmarking? ¿esos nombres y siglas que a modesto título ilustrativo mencionaba al principio? Lo que parece es que ninguna de esas manos enarbola una bandera. Desde luego no la bandera de un país, nación o estado. A lo sumo, una insignia en la solapa: un logo. ¿”No logo”?

No es cierto: muchos agentes y nodos, procesos y redes globales, sistémicos, virtuales, etéreos y demás zarandajas sí tienen patria y bandera; algunos son de un nacionalismo desarbolado, desacomplejado, beligerante, catastrófico. La industria bélica, sin ir más lejos. No todos, pero sí algunos. A ver si nos aclaramos. Algunos pagan impuestos en su mismísimo pueblo (Washington, un decir, Hamburgo, Sao Paulo...), otros en el limbo de las Islas Vírgenes Británicas (lugar real, aunque el nombre suene a cachondeo). Pues habrá que aclararse: toda mejora del problema de España pasa en parte por mejorar nuestro análisis sobre quién mueve el mundo. Sin paranoias, sin complejos, sin prejuicios. Por fin ha salido: “el problema de España.”

Cierto es que los independentistas catalanes no están solos en esa retórica negacionista del mundo sistémico: utilizan las mismas ficciones miles de políticos democráticos en todo el mundo, desde la Moncloa hasta la Casa Blanca pasando por las sedes de casi todos los ejecutivos y parlamentos del mundo. Los catalanes, demás españoles y demás europeos no somos en absoluto los únicos a quienes cuesta un mundo aceptar... eso, el mundo.

¿Cómo vivimos, qué tal llevamos el mundo? ¿Qué tal aceptamos que sea uno más que nunca? Más tupido, híbrido, in(ter)dependiente, pequeño y colosal, parecido y múltiple, lejano e íntimo, raro e incierto –sobre todo incierto– que nunca en nuestras cortas vidas... ¿Siempre mal, cual cilicio postmoderno, de esa manera al parecer tan española, pero ya digo, en realidad universal? No sé hasta qué punto muchos españoles lo vivimos algo miopes o sordos, acobardados, afligidos, dolientes e indolentes, acomplejados o arrogantes, pusilánimes y patéticamente chulos, cual esos personajes halitósicos de boina y cachava de películas y chistes... Preferimos pensar que solo lo llevan así quienes se pudren en sus cavernas de águilas y residuos imperiales, los cerriles machos del búnker. Pero es lógico que muchos nos sintamos incómodos e irritados e indignados en el mundo actual; no por nuestra aparente nimiedad sistémica, sino, primero, porque tenemos −sí, tenemos− plena conciencia de que el mundo es hoy más global, sistémico y desregulado que nunca; y segundo, porque nos sublevan las injusticias causadas por tanto privilegio, necedad y expolio. Esa indignación la vivimos fuera de todo búnker.

A pesar de los pesares, lo cierto es que hay miles de españoles por aquí y allende, lejos de todo búnker (muchos no saben ni lo qué significa esa palabra), viviendo con naturalidad lo bueno y lo malo de lo local y de lo global: la desolación del parque industrial, un gavilán en un risco, una encina en la dehesa, una película al aire libre en versión original, un buen trabajo en Saskatchewan, un mal trabajo en Fiat, una novia en Beirut, Verkami, Hugo Pratt, Alex Ross, Bob Dylan, Robe Iniesta, Poveda, Barceló, Gamoneda. Disfrutando y sufriendo trabajando, gozando luchando, saboreando este incierto e increíble mundo excitante, repleto de maravillas, aventuras, generosidad y pasión. Y crueldad. Siria o Sudán están solo a unas pocas horas de vuelo. Otros horrores, a pocos metros. Toda mejora del problema de Cataluña y del resto de España pasa en parte por mejorar nuestra percepción y experiencia −personal y colectiva− sobre quién mueve el mundo, y sobre cómo se convive, lucha, trabaja y disfruta hoy en el resto del mundo. Mientras que para muchos españoles esta percepción es una experiencia cotidiana, otros no tienen ni idea.


Una de las características que definen al búnker

Me pregunto quién considera verídica o cuando menos plausible esta tesis, aserto o definición: sólo el búnker vive el trabajo como un castigo divino. O quizá mejor: está en un búnker quien vive el trabajo como una ofensa insufrible. Si esa vivencia es uno de los rasgos que definen al búnker, hay mucho más búnker del que parece. Me refiero a esa atávica, medular, pétrea querencia, creencia y vivencia española (¿solo española?): trabajar es una ofensa personal, un castigo insufrible, una violación pública. Y de ahí el miedo cerval a que se valore el resultado del trabajo, a que se incentive y premie a quien mejor trabaja, a que te guste el trabajo bien hecho. Con tal cosmogonía y cosmovisión, cómo no ser unos andrajos en el mundo de hoy.

Recuerdo la resistencia feroz de algunos profesores de nuestras universidades a los intentos de aumentar el nivel de las tesinas y tesis doctorales, a valorar la colaboración científica, a internacionalizar docencia e investigación, a ayudar a los más jóvenes a estudiat y trabajar “fuera”, a exigirnos más. Mejorar era gratis o casi gratis, estrictamente hablando, tras inversiones muy considerables en infraestructuras universitarias, sueldos y otros beneficios. No es que ellos –sí, los del búnker, buena gente, uno a uno– fuesen catastróficos o zoquetes, no es que estuviesen muertos de miedo ante su incompetencia en ciertas tareas o su inexperiencia fuera de España; es que prácticamente ninguna autoridad ejercía, y casi nadie osaba interpelar al poder caciquil, ruin y mezquino de cuadras y parroquias; ni había pues control gremial, y tampoco los estudiantes o la población general protestaron mucho cuando el nivel académico siguió siendo deplorable. Deplorable en relación a los cuantiosos recursos invertidos, deplorable en relación al esfuerzo cultural que el momento histórico mundial requería, deplorable en relación a lo que ya estaba mejorando el nivel en centenares de otras universidades tanto de países postindustriales como de países emergentes.

Esos profesores tan majos y modernos para según qué –uno a uno, buena gente– tenían y tienen uno de los mejores oficios del mundo, con una libertad, una capacidad para aprender y crear, una responsabilidad, un prestigio social y un sueldo muy considerables. Sin embargo, inexplicablemente (a no ser que recurramos a esa taparrabos, la Historia), consideraban normal, aceptable, ético y lógico exigir para sí un estado del bienestar como en Holanda y una universidad como en Ruanda. Para esos profesores publicar en revistas y libros de alcance internacional era psicológica y culturalmente imposible (preguntémonos por qué); sus escasos artículos casi nunca o nunca fueron leídos en foros relevantes (pero casi nadie o nadie les pidió cuentas); su proyección internacional lindó con el cero. Y sin embargo ellos, al verse diariamente en los espejos de la cafetería de la Facultad, nunca notaron nada raro, inquietante.

Muchos tenían y tienen una idea muy borrosa del alto nivel académico que han alcanzado muchas de las universidades del mundo con las que deberíamos codearnos. Deberíamos obligatoriamente: por razones prácticas y éticas. Mas en aquella ignorancia toda chapuza se dio por buena. Ocurrió ayer y hoy. Protagonizar diariamente y a la vez negar hechos como estos son otras características definitorias del búnker.

Irritado, muy irritado, alguien me replica: “¡Pero si la Universidad ha mejorado mucho estos años!”. Sólo faltaría que no hubiese mejorado algo, con lo que se ha invertido en ella. Y con lo que mientras tanto han mejorado centenares de universidades de todo el mundo. Esa falta de comparación con las inversiones y de valoración de las tendencias en el mundo es una muestra más de lo aislados y empobrecidos que a veces estamos.

“Bah, bah”, me insisten, todo esto es demasiado personal. Las universidades del mundo ¿a quién le importan?



¿Por qué vendieron? Y alguna idea sobre cómo viven, trabajan y disfrutan en el mundo

Recuerdo a riadas de indias e indios en Chennai yendo por la mañana al trabajo y la escuela, con una impresionante elegancia y dignidad en el caos de sus saris y trenzas y motos. Desde hace años, y también estos días, ahora mismo mientras escribo esto (la nueva edición de mi libro sale en junio en Nueva York), en Chennai se componen las galeradas de nuestros artículos y libros científicos. Antes era en Barcelona, la industriosa. No hace tanto. Hoy no queda gran cosa de aquellas editoriales médicas cuyo prestigio surcaba el mundo. Los hacendosos menestrales hispano-catalanes (Martínez y compañía) vendieron sus “empresas señera” a las malvadas multinacionales del norte (Reed Elsevier, Hachette-Matra, otras).

Ah ¡pero el grupo Planeta es una de nuestras multinacionales...! Por suerte, sin duda. ¿Qué simbólico, no, que los Lara no hayan vendido? Vaya borrón en la narrativa catalano-independentista... Si al menos se llamasen Vila, Puig o Rius. De largo, los apellidos más comunes de Cataluña son García, Martínez, López y Sánchez.

Quienes vendieron estaban en su derecho, por supuesto. Por qué ellos vendieron y los holandeses, americanos o italianos no −¿o no tanto?− es algo que merecería un análisis en profundidad, sin simplismos. Sin complejos. Un estudio que abarcase un período largo y datos válidos sobre la propiedad y otras características de las empresas. Luego ya veríamos si catolicismo y calvinismo tuvieron tanto que ver como suele decirse. También cabría analizar las causas de la pujanza de las empresas editoriales asiáticas. Y el bajísimo nivel científico que muchas de ellas tienen hoy. Los venerables, mitificados asiáticos. Tan violentos y corruptos como el que más. Más allá de los tópicos sobre los menestrales del sur ¿exactamente por qué vendieron?

El caso es que muchos catalano-españoles vendieron. Adiós economía del conocimiento. Para mi querido pueblo, Barcelona, esa que hoy un tanto pomposamente llamamos “economía del conocimiento” era una de las pocas alternativas ya entonces reales a la hostelería (oficio decente como el que más: por supuesto). Se nos daba bien. Lo editorial. Idear libros, hablarlo con los editores, pensarlos juntos, jugarnos el tipo: escribirlos o traducirlos, hacerlos, venderlos por el mundo, cobrarlos. La encuadernación. La sutil tipografía. Los vendedores. El mercado de América Latina. La verdad, me resulta difícil aceptar que esas empresas y todo lo que conllevan pasaran a manos extranjeras, extranjeras de lejanía ¿extranjeras de qué?. Es verdad que no sé muy bien por qué se me hace difícil aceptarlo, no sé exactamente por qué: pues para quienes muchas veces hemos pisado esas empresas del norte en el mismo norte, para quienes hemos trabajado físicamente en, desde y con esas empresas en Oxford, Londres, Rotterdam, Ámsterdam o Nueva York, para quienes trabajamos cada semana con ellas desde la Barceloneta, Santiago de Compostela o Alicante, para nosotros esas empresas son cercanas, de casa, amigas, llenas de nombres cotidianos, amigos con los que hacemos cosas guapas en este oficio precioso. Pero las ventas de las editoriales de aquí nos obligaron a decir adiós a la complicidad que teníamos para pensar en hacer desde aquí otros libros, otro tipo de revistas para aquí y el mundo entero. Adiós a venderlos y cobrarlos y todo eso. Y sí, está muy bien pensarlos y hacerlos desde Chennai hasta Madison Avenue y San Diego pasando por la playa del Bogatell donde trabajo, es una suerte tener esas revistas, consejos editoriales y otras buenas excusas en Nueva York para luego ir al Smoke, a Columbia, a la Strand, a un par de galerías en Chelsea y al Meatpacking District (otra metáfora: la gentrificación de Manhattan). Pero a la vez qué pena ¿no? No poderlo hacerlo más a menudo también físicamente desde aquí en Barcelona, Madrid... Y más triste: que se hayan perdido esos centenares de lugares de un trabajo que tan bien se nos daba y que no pocas familias alimentaban. Vivimos cómodamente lo global pero no sin algo de dolor por lo local. Quizá siempre haya sido así.

Irritado, más que irritado, alguien me replica: “Pero por favor, por favor, no sea tan exigente: aquí hay mucha innovación, vea los restaurantes, sin ir más lejos”. Sí señor, en efecto, en el Eixample muchos camareros son españoles, qué caramba. Y en el Born, al lado de esa inmensa bandera cuatribarrada tan parecida a la de la plaza Colón que el PP plantara antaño. Y se afanan sirviendo genuina carn d’olla o tapas (en una ciudad a la que nunca se le dieron bien) bajo la bondadosa mirada de sus colegas o dueños paquistanís, indios o chinos (parecen chinos). A esos aplicados camareros, algunos universitarios, formalmente “hipercualificados” (en títulos), pocos profesores les contaron –pues pocos quisieron saberlo– el poco valor que sus títulos tienen en el mundo. Lo que sí se contó fue algún chiste depresivo: “¿Qué le dice un sociólogo en paro a un sociólogo que trabaja? «Por favor, me traes otra caña»?”

Quienes vendieron sus editoriales y talleres relacionados, los hacendosos menestrales catalanes, eran tan catalanes como andaluces y murcianos y maños. Sus apellidos formaban y forman la típica enredadera española. Como tantas otras naciones, regiones y países del mundo la realidad de Cataluña siempre ha incluido esas mezclas de genomas, sangres y sudores. En las sobremesas de las familias catalanas más nostradas (entrañablemente de toda la vida) siempre se ha escuchado con total naturalidad el castellano, entre cónyuges e hijos y abuelos, entre apellidos de inexpugnable sonoridad catalana, entre juristas y cirujanos y prohombres de inapelable raigambre y, a veces, montserratina devoción. ¡Por no hablar de lo que se oye en el Camp Nou! Ah, qué bien vendría que muchos más de ustedes, los de allende el Ebro, pasasen más tiempo en Cataluña yendo de copas y compras, museos y playas, sobremesas y conciertos y travesías con amigos catalanes. De otro modo, cómo contarles que somos tan parecidos. Casi casi no hay otro modo como no sea vivirlo, de algún modo. ¿Ponemos “Amigos para siempre...” o esa rumba, “Barcelona tiene poder”...?

 

Nuestro encaje, supervivencia, relevancia, influencia... en el único mundo que hay

En cualquier lugar del planeta hacen hoy lavadoras, soja o vacunas de última generación, nanotecnología, muebles, piensos, vaporosa lencería. ¿Por qué iban a hacerla en mi pueblo? Aquí estamos para lo que ustedes manden. Esa desidia, chulería, pereza, hidalguía tan nuestras. Hay búnkeres jalonando todo el espacio geográfico, político y cultural español. Son búnker quienes aquejados de graves migrañas vomitan al ver que se puede ser razonablemente feliz, civil y digno trabajando. Innovando, creando, vendiendo buenas ideas, servicios y productos aquí y allá. Muchos somos como los aldeanos del Volga que narra Gorki, quienes “trabajaban con aquella alegría del laborar, a la que sólo supera en dulzura el abrazo de una mujer”. Pero con la escasa ética y la anacrónica organización del trabajo a la que en España se aferran ciertos sectores empresariales, políticos y ciudadanos, nuestro país está en una precaria patera en el océano a la deriva. La altura de las olas da mucho miedo. Da igual lo que pase con Cataluña. Sin otra cultura del trabajo, otras estructuras y políticas que hagan realidad otras condiciones de trabajo no queda más que servir gin tonics y “relaxing cups of café con leche”. En inglés, catalán o bable, da igual. El reto más difícil no es el encaje de Cataluña en España (¿en qué mundo?). Es el encaje de Cataluña y del resto de España en el mundo. El gravísimo problema, el imperdonable error es negar la deriva en la que Cataluña y el resto de España estamos hacia la proletarización e irrelevancia en el mundo. Esta cuestión es negada por ciertos sectores de PP y CiU - ERC. También por los sectores más bunkerizados del resto de partidos y de nuestra sociedad.

A propósito, casi mejor no ponernos líricos con nuestra ética del trabajo. Desde luego, no es la noucentista (novecentista) ni la calvinista. No veo que creamos en la redención por el trabajo. Ni se nos ha pasado por la cabeza que tengamos que redimirnos de nada. Si acaso algunos −pero no necesariamente− creemos en una cierta pasión o satisfacción y realización personal y colectiva en parte mediante un trabajo no alienante, en condiciones laborales correctas, y en parte mediante las relaciones personales, la vida íntima, las acciones colectivas y el disfrute de las cosas buenas de la vida, llámense familia, personas (amigos, vecinos, compañeros de trabajo), naturaleza, cultura, erotismo, deporte, comida o Spotify. A ratos el trabajo puede ser interesante y hasta apasionante. Pero incluso Picasso sufría un rato cada día. Y cuando el trabajo no es super-interesante, por lo menos que sea digno, que se trate a la gente bien, que se la pague bien, que se haga en condiciones saludables, sin riesgos psicosociales altos, que el trabajo pueda hacerse bien, y que no sea una maldición.


¿Exactamente de qué enfermedad es síntoma el trauma con los idiomas?

Hace poco trabajando en Zúrich, a mi lado Birgit (alemana, marido suizo, hijos nacidos aquí y allá) comenta: “Si en Malmö le preguntas a un conductor de autobús si sabe inglés, se ofende. Si se lo preguntas a un conductor en Hanóver, también”. Obviamente, por razones opuestas: en Suecia el conductor da por supuesto que sabes que sabe inglés. Y ello forma una pequeña parte de su perfil profesional, de su identidad y del aprecio que se tiene y que la sociedad le tiene. No es trivial. En Alemania el conductor da por sentado que sabes que ni sabe inglés ni le importa mucho (¿o quizá Birgit exageraba?). Haces la misma pregunta en cualquier autobús de Cataluña y es harto probable que el conductor se salga por la tangente, metafóricamente hablando. Pero no sirve de mucho admirar como papanatas lo común que es saber inglés en ciertos países con un nivel educativo más alto. Es más fructífero analizar qué conductores de autobús −y funcionarios, electricistas, empresarios, periodistas, profesores...− deben hablar bien inglés u otros idiomas, por qué hemos fracasado tanto en dominar esas herramientas elementales y cómo llevamos individual y colectivamente estar mudos, tantas veces, en los circuitos económicos y educativos globales. No es en absoluto anecdótico: durante años he visto a decanos de Facultades de Medicina españolas incapaces de conversar en inglés. Normal, dicen algunos, enigmáticamente. Era pues imposible que tejiesen proyectos docentes e investigadores relevantes. Ocurría en 2005 y ayer mismo, no en 1545, cuando el Concilio de Trento. Por este tipo de miserias tantas de nuestras Facultades forman tantos profesionales mediocres y no pintan nada ahí donde se labran, con arados nuevos, las tierras de la innovación. Hay que estar ahí, en el tajo, y si en él se habla inglés, tan tranquilos.

No creo que sea bueno ver siempre como una herida abierta que supura este mal rollo que, en Cataluña-y-el-resto-de-España, tantos profesionales cualificados se han llevado con el inglés en las últimas décadas. Quizá la fluidez con que lo hablan nuestros colegas en América Latina no sea la comparación más relevante, dada la tradicional cercanía de sus élites a EEUU; y en cambio quizá sea preferible tener como referencia a los profesionales en Francia o Alemania (dejando de lado a los americanos, tan políglotas ellos). Quizá el fracaso de todos los sistemas educativos autonómicos en el tema de los idiomas extranjeros no sea un síntoma fiable de provincianismo, ni de indolencia, sino de autismo y bunkerización. Tanto en Cataluña como en el resto de España. Definición complementaria: está en un búnker quien vive el hablar idiomas como una misión imposible, un calvario, quien no consigue movilizar las energías vitales necesarias para aprenderlos. Nota: ese individuo puede ser, suele ser una buena persona, una bellísima persona, ejemplar trabajador y padre de su familia. Es que no tiene nada que ver ¿no lo ven? Nuestro relativo fiasco colectivo en el tema de los idiomas y el ser buena gente.

Hablar inglés no es garantía de nada. La prueba son Ana Botella y Artur Mas. Que en sus búnkeres o jardines se hable inglés no hace a sus políticas menos o más dislocadas de la realidad del mundo. Otros habitamos en las fronteras (Jorge Wagensberg). Callados o no, cantando o susurrando en idiomas varios. Apátridas felices, si a machetazos cortan los cabos entre nuestras patrias, “nuestro terruño son las galaxias” (Julos Beaucarne). En lugares lejanos o aquí mismo –en Oviedo, Mahón, Granada– muchas mañanas nuestros tendones se han destensado pegados a cuellos, cinturas, tobillos de formas universales, entre las sábanas y los flujos del mundo (otros flujos). Unos días sus ojos fueron castaños, otros del color del alba fría de marzo. Árabes y judíos, cuando sonrió la suerte. Las pieles hablaban el idioma de los sueños. Son solo otras experiencias de la globalización, normales, más agradables. Es así, amigos del búnker, muchos vivimos la globalización gozosamente, tranquilamente. Al menos a ratos.

Por supuesto que no hay garantías. Ni en la cama ni en la vida ni en política. Qué inmadurez esperar garantías de esa índole: no es menos destructiva en inglés la demagogia. Es sólo que según para qué hoy hablar idiomas es imprescindible, innegable, simplemente útil. Y no valorar hablarlo según dónde, simbólico. A qué viene tanta dejadez (con los idiomas, la modernidad, el trabajo, el medio ambiente, la vida), tanta pobreza de espíritu entre tanto dispendio de auditorios, abalorios y farfolla. De dónde viene. Ah, que viene de la Contrarreforma católica. No me diga. Pues créame que a muchos nos pilla muy lejos el XVI, y que nuestro hartazgo ante ese pobre historicismo –o determinismo historicista, o histrionismo fatalista– es enorme, total. Que les vaya bonito en su decrépito búnker, en su carcomido púlpito de excusas, estampas y trampas históricas.

Está bien, está bien: si saber inglés es necesario, también lo es saber Historia. Pues entonces háblennos de la Historia que sirve para cambiar España, no de la que solo sirve para compadecer su triste sino.

 
 
El intolerable negacionismo de la realidad

Es bastante grave: no sabemos bien quiénes son, dónde están y cómo actúan las redes de búnkeres mundiales. Aunque Snowden, Manning y antes otros nos han dado alguna idea. Pese a lo cual es obligatorio ir más allá de espías y conspiraciones. Algunos búnkeres hay entre los ejemplos del segundo párrafo, al principio. Sin duda hay mucho búnker bien oculto. Pero me cuento entre quienes creen que las conspiraciones no son muy influyentes, y que en nada nos ayudan las paranoias. No nos ayudan, por ejemplo, a interesarnos por conocer quiénes influyen realmente en cómo va el mundo. Pues una cosa son los búnkeres rancios −fantoches que tan fácil es denostar, muchos de ellos irrelevantes− y otra las organizaciones, redes, procesos y actores que realmente mueven el mundo; la economía del mundo, por ejemplo.

Sabemos que las falanges de búnkeres no están solo en España. Sé que no están solo en Madrid (pero amo Madrid, no me hagan caso). Los veo cada día en la plaza de Sant Jaume, políticamente hablando. Y en muchas otras plazas de la “Cataluña catalana”, en la horrorosa expresión −sólo utilizada en la intimidad− de algunos compatriotas. Claro que hay un búnker catalán. Y lo peor de él, como de su gemelo homocigótico el búnker castizo (o valenciano o extremeño), no es su onanista nostalgia (“no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, dice Sabina, aunque él pensaba en otra cosa). Ni son lo peor sus distorsionadas caricaturas de la historia, el impune saqueo de la corrupción o el derroche de ineficacia burocrática. Idéntica a la de Madrid la de Barcelona, sé de qué hablo. Lo peor −moralmente, culturalmente y políticamente− es su negacionismo. El negacionismo de la realidad interior y exterior.

En la política democrática atender a la realidad no es una opción, es una obligación. Lo otro (los Juegos Florales, el quejío, la farándula) se llama arte, como en “el arte de Lola Flores” o “el arte de Mossèn Cinto Verdaguer”. Negar la palmaria realidad global y sistémica del mundo y, en ella, la insignificancia de añejos sectores del tejido industrial y cultural catalán es comprensible y respetable en un catalán cabal cuyo colmado (tienda de ultramarinos) en el Eixample está asediado por las hacendosas, sonrientes, insomnes hordas asiáticas. O en quien quiere profundamente su tierra permeada de purines de cerdos traídos a criar enjaulados por empresas sistémicas que apenas dejan unas migajas de euro. Patriotas o no cuyos bolsillos, estómagos, mentes, almas y demás glándulas y vísceras –la más vital, esa llamada “identidad”– se estremecen e implosionan con tanto “moro, rumano y chino” alrededor (sin asomo de racismo, lo digo sin la menor ironía: sin asomo de racismo: sólo miedo a no tener para comer, sólo crisis de identidad, sólo necesidad de una narración épica que de coherencia al aparente caos). Es emocional y cultural y políticamente lógico. Lo repito sin la menor ironía, con el profundo respeto que por la naturaleza humana nos recuerdan debemos tener la antropología cultural, la ética y el sentido común.

Pero lo anterior no es óbice para gritar –perdone usted– que en un portavoz de un gobierno el negacionismo es democráticamente inaceptable, culturalmente tétrico y económicamente estéril. Frase solemne a la que sólo le pongo un pero: a no ser que el susodicho portavoz lleve algo de razón. A no ser que Mas, Homs, Junqueras y compañía (especialmente, no lo olvidemos, quienes les hacen compañía en las urnas, al votar, democráticamente) tengan algo de razón. Aunque carezcan de razón en su propuesta de “solución” independentista, aunque segreguen demagogia y victimismo, aunque intenten distraer de sus hachazos, que no recortes, al estado del bienestar, aunque quieran hacernos olvidar que el único tema relevante que tienen sobre la mesa es el pago de la deuda. A no ser que a pesar de todo ello y más tengan algo de razón. Y la tienen. La cruda, desagradable, fundamental razón en reclamar un Estado más democrático, justo, socialmente eficiente e integrado en el mundo. Como otros lo reclaman desde Sevilla a Vitoria.

Por cierto, no pongan en el mismo saco o búnker a todos los compañeros de romería del independentismo retórico: algunos de ellos hacen propuestas de regeneración democrática, internacionalización, competitividad y autogobierno muy respetables. Escuchen como razonan por qué ha sido nefasta para Cataluña y para la totalidad de España la férrea uniformización de tantas políticas, la “calderilla para todos”, el miedo a la diferencia.

Creo que la “solución” de los dirigentes de CiU – ERC no es tal, que es falsa porque es una huida, fantasía, artimaña: porque no trata de la realidad, porque no atiende a la realidad. En política eso es impresentable, patético, ridículo, cínico, miserable ¿Perdón por la vehemencia? Lo reconozco: tengo un alto concepto de la Política. Tengo en gran estima a los políticos de raza. Me irritan y entristecen los mercachifles sarcásticos como (rellene el espacio usted mismo) y acólitos.

Con lo que hay que soñar no es con la independencia sino con ser alguien –una ciudadanía, un país más justo y libre, más divertido, interesante...– en un mundo irremediable y fantásticamente −a veces trágicamente− interdependiente. Muchos creemos que la opción independentista distrae, engaña, divide y derrocha (cuánta energía perdida). Pero surge de causas reales, que nadie aborda. Los independentistas, tampoco. ¡Tampoco! Sustituyen ese abordaje, que sería doloroso y terapéutico, por culpar a “Madrid” y a “España”. Sin autocrítica. En la práctica esa postura equivale a llamarnos a entrar en un búnker. Ni lo sueñen.

Por supuesto, puede que yo esté equivocado. Puede que a Cataluña le pueda ir mejor “fuera” de España en sueños. Alentar esos sueños es promocionar la alienación (algo que Franco hizo bastante bien), mantener al país embobado, retrasado, fuera del mundo. A Cataluña no le puede ir mejor “fuera” de España porque no existe tal lugar. Y además ¿de verdad alguien piensa que en esa fantasiosa “(in)dependencia” Cataluña no tendría que mejorar nada que no pueda libremente mejorar ya ahora por sí sola? ¿no es de una inmadurez pueblerina pensar que hoy “España” impide todo progreso? ¿sería la Cataluña “independiente” de repente un país ideal como Suiza, Suecia o Luxemburgo (que de ideales no tienen nada)? ¿sería CiU – ERC la coalición honesta y socialmente responsable que no es ahora? ¿seguirían las instituciones catalanas, empresas y ciudadanos libres de toda responsabilidad en lo que pasa? Fascinante demagogia, fascinante naturaleza la humana.


Autocrítica, espantajos, simplezas

No encuentro modo alguno de otorgar credibilidad a quienes no hacen autocrítica y evitan valorar las razones que en la propia sociedad catalano-española explican nuestro secundario papel en las “redes industriales y culturales globales” (o como quieran llamarlas). Por cierto ¿sería dicha falta de análisis autocrítico, pragmático y constructivo una carencia típica y exclusiva de Cataluña? ¿o más bien sería característica de todas y cada una de nuestras Comunidades Autónomas? Como también lo sería de Francia y otros países hondamente endogámicos, bunkerizados en sus fantasías imperiales. Toda mejoría del problema de España pasa en parte por mejorar nuestro análisis sobre quiénes somos en el mundo y por qué. Es en este sentido que creo debemos preguntarnos si no es casi todo el debate sobre Cataluña y España excesivamente endógeno, endogámico, endocrino. Pues parece que todos –CiU y ERC, PP, PSOE y todos los demás– sólo miran al exterior (a Bruselas, a Berlín) para buscar apoyo a lo que de antemano ya han decidido, no para contrastar con la realidad exterior los propios análisis sobre las causas de nuestra pobreza y sobre las vías de progreso.

Cuidado también que las metáforas –y sin duda la del búnker– nunca son literales, por esencia y definición. Tampoco hay un “norte” o un “sur” puros, y la frase “Cataluña es el norte del sur y el sur del norte” (Pasqual Maragall y otros) sólo tiene sentido político y moral si es integradora y movilizadora, pero nunca literalmente. Más fundamental: no existe una España pura ni una Castilla pura ni una Cataluña pura. ¡Hoy Suecia es mestiza, la India es mestiza, Australia es mestiza...! Y basta ya también de la acomplejada mitificación de los pueblos del norte. Vale un rato de Espriu y su “Ensayo de cántico en el templo”, siempre que luego lo reguemos con el “Ensayo de plagio en la taberna” (Pere Quart).

Reconozcamos que cultural y psicológicamente a muchos nos atrae prender fuego a los hombres de paja del búnker, plantar espantajos, practicar la vehemencia (como en partes de este artículo, sí), sacrificar chivos expiatorios, simplificar, anatemizar. Moldear metáforas estentóreas. La del búnker, mismamente. Por ello, por esos mecanismos psicológicos, sociológicos y culturales, la verborrea “Cataluña - Madrid” les funciona políticamente y les sale rentable electoralmente a los unos y a los otros. Los mecanismos psicológicos, sociológicos y culturales negacionistas proporcionan réditos electorales a todos los partidos. Lo que de nuevo refleja lo aislados que estamos del mundo.

La metáfora del búnker tuvo algunos efectos terapéuticos durante la Transición. Los dibujos de Forges, Ops o Perich sirvieron para exorcizar y marginar culturalmente a la extrema derecha política, por ejemplo. A esos hombres de bigotillo y gafas negras, que eran reales. Pero acordémonos también de la canción de Francesc Pi de la Serra, “L’home del carrer” (El hombre de la calle: “la patilla izquierda, la patilla izquierda...”). En la cobardía −y en lo seductor que para los hombres es abrazar o denostar constructos ficticios, llámense “Madrid”, “Merkel”, “clase política”, “independencia”, “globalización”, “capitalismo” o “catalanes”− está parte del problema. Su sustrato psicológico, cultural y político es el mismo en todos los búnkeres: consiste en amputar partes del contexto local y global, huir de la realidad interna y externa que angustia, negar la propia corrupción e ineficiencia, idealizar una invención simplona del Pasado y de los míos, ofrecer un brebaje infame que una parte de los votantes trague.

Casi todos vemos que detrás del telón ciertos actores de la dramaturgia independentista catalana hacen papeles parecidos a sus comparsas en el corral de comedias español: podrían mezclarse Rajoy y Oriol Pujol presuntamente cobrando en negro (¡el norte del norte está atónito!), la red Gürtel en el Palau, Bárcenas en CiU, Osàcar en el PP, Millet, Correa, Javier Guerrero y sus cómplices de ERE y cocaína... Y casi todos sabemos que sus respectivas retóricas independentistas, aislacionistas y autárquicas, cuando no esconden inquisiciones y corrupciones, son obsoletas coartadas para no lidiar con la angustiosa realidad. La realidad real, valga el pleonasmo en estos tiempos virtuales. Pero no es baladí que ese negacionismo tenga creyentes: hacinados en su fortín, en Simancas o en Cardona, ellos se creen a salvo de sarracenos y dragones; sienten un íntimo y ancestral consuelo, profundamente humano, natural, legítimo. Mientras, fuera ruge la galerna globalizadora, desregulada, desbocada, fascinante, devastadoramente injusta. Hay que entender ese consuelo cálido como una manta de angora o no saldrán del castillo. Ni en Vic ni en Valladolid. Tenemos que quedar con los del búnker: para mirar las galaxias en la noche y estremecernos juntos. Y en la mañana, con una taza caliente, pensar cómo haríamos para ser algo más felices y coherentes trabajando y viviendo mejor –con más verdad, equidad y libertad, con más salud y respeto por el medio ambiente, con algo más de bienestar, civilidad, afecto y calma– en esta aborrecida, entrañable Tierra.

 

La ardua reforma ¿lograremos fraguarla?

Es fascinante la capacidad humana para escapar de la realidad y para inventar narraciones, como la independentista, que nos tranquilicen ante las incertidumbres de la vida y el caos del mundo. Además de ello, otra razón poderosa explica el buen momento de las imaginerías negacionistas: todavía no ha madurado una propuesta ambiciosa y pragmática de regeneración política del estado que atraiga cultural y políticamente a los muchos españoles que vivimos más allá de fronteras, tan tranquilos.

Política y culturalmente la reforma debe ir en la dirección federal. Reducirlo todo a cuestiones de financiación es consentir más a los mimados búnkeres. El actual énfasis en las balanzas fiscales es otro ejemplo de lo endogámico que es el marco del debate. ¡Necesitamos otro framing, queridos, queremos un marco de análisis global!

La reforma: no es tarde hacerla. Nunca es tarde cuando algo –cómo se estructura y funciona el Estado y la sociedad– es ética, cultural, económica y políticamente vital. Una exigencia del mundo en el que vivimos. De la realidad en la queremos gozar de ciertas cotas de bienestar, libertad, justicia, educación, salud, democracia. Por tanto, no es que la reforma haya que hacerla porque la propuesta independentista sea falsa o porque ésta vaya a crear bastante frustración en buena parte de los habitantes de Cataluña.

Subrayo que el retraso de esa reforma es una causa de las demandas independentistas. También la exigimos quienes somos “dependentistas sistémicos” (note por favor que es autoirónico) y una parte razonable del resto del mundo.

La reforma de cómo se organiza y funciona el Estado y la ciudadanía hoy en Cataluña y el resto de España es y va a continuar siendo ardua por otra razón que a menudo eludimos en los espacios públicos (pero eludimos menos en los privados): la reforma debe ser asumida por muchos españoles que no perciben como graves las causas estructurales, políticas y culturales de nuestra irrelevancia en los circuitos económicos y educativos globales (o como quieran llamarlos). ¿Me pregunta qué causas?

 
 
Estas son a mi juicio algunas de las principales causas estructurales, políticas y culturales de nuestro secundario papel en las redes industriales y culturales globales, enunciadas sean de forma impresionística: las pésimas condiciones de trabajo y salarios de millones de ciudadanos, la estructura del sistema económico español, y, en ella, el ínfimo peso del sistema de investigación e innovación; el retraso cultural histórico de las élites y búnkeres industriales y financieras, incluyendo las más lucradas en la banca, la construcción, el turismo o la simple especulación; la escasa cultura de la diversidad y de la diferencia, el histórico pavor de las élites españolas ante las diferencias de toda índole; la cultura de la subvención, el escaqueo y el desvergonzado saqueo, la del todo gratis y que te den; el mediocre nivel educativo y democrático, la amplia corrupción y la ausencia casi total de transparencia, la cuasi inexistente tradición de rendición de cuentas; la ineficiencia de partes del sistema funcionarial (y la correspondiente, flagrante y sangrante injusticia con el sector privado), el derroche en obra pública irrelevante, el dispendio en gasto privado presuntuoso y el alienante consumismo; el débil asociacionismo y el fuerte corporativismo, el reaccionario sindicalismo de miedos y privilegios, que coexiste con el progresista de lucha contra ellos; la cobardía e inhibición ante el autoritarismo y la corrupción, el prestigio de la queja verbal y la sospecha que suele generar el elogio de palabra y obra, la falta de práctica en el ejercicio de la crítica abierta; o la escasa cultura y praxis a favor del medio ambiente, la educación, la salud pública y el estado del bienestar.
 

 
Y por si alguien lo duda, que quede meridianamente claro que esta crítica se hace desde la izquierda: pienso que no hay postura menos de izquierdas que contemporizar con la injusticia, el derroche, la corrupción, la ignorancia o la irresponsabilidad. Y aquí no estoy del todo de acuerdo con mi admirado Jean Daniel, quien dijo: “la izquierda es una patria, se es o no se es.” Mas esta es otra historia.

Señalo algunas de las causas estructurales, políticas y culturales −de nuestra marginación de los circuitos globales− que muchos españoles no perciben como graves. Me ahorro aquí las que ya perciben. Señalo algunas causas de los problemas, las fortalezas de nuestra sociedad ya las he apuntado anteriormente (la solidaridad, la cohesión y la cooperación entre las más notables). Podemos discrepar tranquilamente del peso de unas u otras causas, pero lo esencial es que algunos −cuantos más, mejor− nos pongamos de acuerdo en que intervenir sobre esas causas exige una ambiciosa y pragmática regeneración del Estado y de la sociedad. Y un cambio en ciertas reglas del juego. Esa es la tarea vital, a ella deberíamos dedicar muchas más energías, y no a debates ficticios.

Desde luego, también podríamos analizar las causas de las causas. Sería así mismo imprescindible ver cuánto de todo ello se da también en el norte, este y oeste. Puesto que darse, se da.

Y la clave de toda la bóveda: ¿Quiénes persuadirán, construirán alianzas y harán operativa la regeneración del Estado y de la sociedad española? Una regeneración que nos haga más democráticos, justos, socialmente eficientes, competitivos e integrados en el mundo. Mis disculpas si ya lo había pillado.

Puede que un amplio pacto alumbre esa por tantos o tan pocos anhelada, imprescindible, auténtica reforma. O puede que el pacto sea para construir otro búnker; de diseño, eso sí. Quizá se lo encarguen a Calatrava. Con el aliento de pobres, muy pobres, anacrónicos, amargados señores corroídos de envidia. Con el apoyo soterrado o entusiasta de los sectores más obsoletos de la industria, la banca y los medios de comunicación. Y con el apoyo no menos decisivo −absolutamente decisivo− del negacionismo de la parte más rancia y cerril de la sociedad civil, incluida parte de la independentista, de su ancestral incompetencia, pereza, cobardía, desidia, hidalguía, pueblerismo, cofoisme (peculiar complacencia ombliguista, supuestamente sólo catalana pero acaso universal)... Ese pacto podría abortar la gran reforma que el Estado y la sociedad española necesitan. Eso sí que sería una ley del aborto. También cabe que acaben engendrando y alumbrando un feto con graves malformaciones. Otra vez. Sin atreverse a empezar a solucionar los graves problemas estructurales, políticos y culturales que tan pocos de sus electores y conciudadanos perciben como dramáticos. ¿O no somos tan pocos?

Lo que creo es que se acabó el rancio “café para todos”, esa chicoria de la Transición. El apaño sirvió para lo que sirvió, ahora miremos al presente y adelante. En la cafetera española no queda café para colmar tanta sed de protagonismo provinciano de algunos políticos y ciudadanos, para subvencionar tantas ínfulas caciquiles o infantiles, para repartir migajas, calderilla, a todos por igual –ese miedo tan antiguo a dar más a quien más merece. La cafetera es pequeña, herrumbrosa, pegajosa. No hay como restaurar tanto búnker derrumbado. Sí tenemos, en cambio, honestidad, solidaridad, cohesión, rigor, lucidez, imaginación y coraje para cambiar. Muchos ya lo han hecho, muchos lo están haciendo. Por lo que vivo, muy por igual en Cataluña y en el resto de España.

Por tanto, propongo que cuando pensemos en el problema de España, en el-problema-de-Cataluña-y-del-resto-de-España, en el-encaje-de-Cataluña-en-España, en modos pragmáticos y ambiciosos de adaptar al siglo XXI la ajada Constitución de 1978, en la construcción europea, en la influencia de Cataluña y el resto de España en la transformación de este injusto y depauperado mundo global, en la ineficiente y corrupta economía global y, en fin, en las auténticas salidas a la actual crisis sistémica... propongo que entonces integremos esta idea: hoy nuestro nivel educativo y democrático (el de Cataluña, resto de España, Europa y la China) tiene un medidor fiel: con cuánta honestidad y coraje miramos a nuestra responsabilidad en el papel económico y cultural que tenemos en el mundo; en qué estado anímico colectivo lo vivimos y mejoramos; y qué opciones políticas articulamos para que nuestra influencia aumente legítimamente a favor de un desarrollo humano global verdadero, justo y sostenible.

Miquel Porta Serra

Investigador del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM),
catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.



Algunas de las ideas aquí desarrolladas fueron esbozadas en un artículo breve que publicó InfoLibre el 24 de marzo de 2014. http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/21/cataluna_resto_espana_las_redes_industriales_culturales_globales_14848_1023.html.

 

La versión completa de dicho artículo la publicó el mismo día en su portal la organización Federalistes d’Esquerra. http://federalistesdesquerres.org/2014/04/catalunya-i-la-resta-despanya-a-les-xarxes-industrials-i-culturals-globals-per-miquel-porta-serra-infolibre-23-3-14/